El que no quiera polvo que no vaya a la era (*)

Encierro

Se lo oí decir hace un par de días a una mujer de pueblo genuina y convencida a quien le habían puesto la alcachofa ante sus labios preguntándole qué pensaba de un reciente accidente mortal en un encierro local y di un sobresalto por el descubrimiento. No conocía el refrán y me pareció que había sido, a distancia, lo mejor del informativo. ¡Qué certeras, a veces, las palabras cautas e irrefutables de nuestros paisanos! Al parecer se habían suspendido las fiestas, había una tremenda controversia en el pueblo sobre si mantener o suspender para siempre esos festejos en los que se mezclan los cuernos y el alcohol, se hacían manifestaciones airadas en ambos sentidos y, de pronto, la sabiduría popular en once palabras: el que no quiera polvo que no vaya a la era.

¡Podríamos aplicar esta lúcida sentencia a tantas cosas y casos! Nos pasamos el día pidiendo un mundo de riesgo cero en el que nada pueda pasarnos porque todo ha de estar previsto, cubierto y asegurado. Y el mundo no es así. Se caen aviones, descarrilan trenes, explotan instalaciones contaminantes, se producen colisiones en la carretera, atropellos en las ciudades, caídas en las escaladas, ahogamientos en playas, ríos y piscinas, reyertas en la vía pública, accidentes en los cacharritos de feria, terremotos y tornados, muertes por sobredosis, atentados terroristas y, cómo no también, cogidas en las plazas de toros y en los encierros madrugadores o trasnochadores que en verano animan y enlutan nuestras sacrosantas fiestas populares.

Playa

Cuando exigimos seguridad total, estamos adoptando una postura pueril y mema, como el niño que cree que sus padres son omnipotentes y le protegerán de cualquier mal por gigantesco que sea. Uno de los efectos más absurdos de este afán por evitar cualquier peligro me lo parece la exigencia a las comunidades de vecinos de mantener durante todo el verano un socorrista a jornada completa, pagado a la fuerza por todos los caseros, a fin de proteger una alberca clorada comunitaria para que cuatro niños puedan hacer todas las diabluras que les pete sin riesgo de ahogarse, mientras playas públicas enormes, interminables, a mar abierto, con o sin resaca, no disponen de aviso alguno de peligro ni servicio de auxilio a mano o a cuello. Los gobernantes aplican a las comunidades privadas una rigurosa prevención de posibles daños pero se atribuyen a sí mismos el socarrón proverbio: el que no quiera polvo que no vaya a la era. El que no quiera ahogarse que no pise la playa.

En realidad somos un tanto paradójicos: por un lado se nos llena la boca exigiendo y reivindicando seguridad a tutiplén a costa del monedero común y, simultáneamente, no paramos de inventar juegos y actividades de alto riesgo que nos disparen la adrenalina y saturen los servicios de socorro. Por eso lo del polvo y la era me ha parecido lo mejor de este loco verano.

(*) Por Luis-Domingo López. Se emite hoy por Onda Cero Marbella.

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