La angustia del folio en blanco (*)

Planeta

Confieso que con el paso del tiempo se me acrecienta la sensación de terror cada vez que, bisemanalmente desde hace tres años, me siento ante el teclado para intentar completar un folio al que daré lectura en este micrófono amigo. Como soy propenso a analizar los porqués de cuanto acontece tengo claras dos razones para mi angustia, y barrunto una tercera. Las obvias son el respeto que siento por la audiencia y la responsabilidad de presentar estas cavilaciones no en nombre propio sino en el de una entidad, Horizonte Proyecto Hombre, que fundamenta toda su acción en la confianza plena sobre la capacidad de transformación de toda persona, incluso de aquellas que se sienten más perdidas para sí mismas y su entorno.

La tercera razón del pánico que me ronda por la sesera, sin asentarse del todo porque me niego a enterrar la esperanza, es la dificultad creciente para elegir el tema que pueda resultar de mayor interés para quienes me oyen o me leen. Solía hacer mis deberes con prudente antelación cuando adquirí este compromiso. Reconozco con vergüenza que últimamente hay días en los que dos horas antes de presentarme aquí el folio sigue virgen con el consecuente vértigo paralizante. Hoy ha sido así.

Uno de los más prestigiosos psicólogos y filósofos del siglo XX fue el alemán de origen judío Eric Fromm. Entre su extensa y rica bibliografía me impactaron profundamente tres obras: “El miedo a la libertad”, “El arte de amar” y “Del tener al ser”. Volver a abrir no importa por qué página cualquiera de esos tratados de análisis impecable de la condición humana, alivia sobremanera la zozobra que parece azotarnos sin piedad de un tiempo a esta parte. La libertad para elegir qué goterón del chaparrón diario que nos inunda y someterlo a reflexión se torna dolorosa cuando se pretende emparejar con la responsabilidad hacia sus consecuencias.

El hastío por la corrupción nuestra de cada día, el desdén y cinismo de quienes pretenden gobernarnos tomándonos ya de forma descarada por imbéciles, la temeridad irresponsable de jugar sin recato con el destino de una nación, la mentira como moneda de curso legal, la inacción de los mal llamados líderes mundiales ante lo que ya no es síntoma sino enfermedad manifiesta como la alteración del clima y todas sus consecuencias, la hipocresía ruin ante el drama humano que desde la pantalla del televisor nos cae sobre nuestro plato cada día, los indicios de estar ante un nuevo parón económico mundial… ¿De qué escribo hoy? ¿Sobre qué asunto puedo destilar al final un hilillo de esperanza?

Pues incuso el más cruel de todos por lo concreto y lo cercano: el abuso sexual y posterior homicidio de una niña de 17 meses por parte de un profesor de música de 30 años, me espolea a seguir creyendo en la capacidad del ser humano para transformarse. No permito que doblegue mi creencia en que la maldad per se no existe, en que tiene que haber un cortocircuito no elegido en esa inabarcable conexión de miles de millones de neuronas de la que cada minuto dependen nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras acciones, aunque cuando sean tan atroces, bárbaras y perversas como esta. En suma, quiero y necesito creer en la evolución de la especie. Y creo.

(*) Por Luis-Domingo López. Artículo que se emite hoy por Onda Cero Marbella.