¿Nochebuena? (*)

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(*) Por Luis-Domingo López. Se emite hoy por Onda Cero Marbella.

 

Estas fechas del año en que la felicidad y el amor se regulan por decreto deben de resultar doblemente dolorosas para quienes por más que lo procuren no les resulta posible cumplir con la norma y no me refiero a los parias habituales a quienes en estos días se dedican tantas galas y campañas. Quiero ceñirme a un grupo más pequeño, localizado y cercano de personas no por ello menos digno de respeto, recuerdo y una palabra de ánimo. Me refiero especialmente a aquellas familias, mejor o peor avenidas, en las que uno o más de sus miembros no necesitan de fechas señaladas para llegar a casa ebrios o colocados pero que aumentan su patetismo cuando estas asoman por el calendario.

 

Deseo abrazar y aliviar a esa esposa, madre o pareja que, sin perder la esperanza de que un año pueda ser por fin diferente, se deja más de lo que puede en la compra, pasa el día empantanada en la cocina poniendo sus mejores dotes en cada olla y cada plato, prepara un poco temblorosa la mesa de Nochebuena con la vajilla y la cristalería desempolvada de la vieja vitrina, y comienza a mirar sin querer ver el viejo reloj de pared. Su marido, hijo o pareja salió pronto de casa, como casi todos los días. Al salir, entre las toses y temblores matinales, le recordó que esta noche es Nochebuena, que le prepararía una cena especial e incluso que le había comprado una botella de su cava favorito para brindar en los postres.

 

Cada ruido en la escalera es un pellizco revuelto de esperanza y temor que se queda en nada al comprobar que era el vecino de arriba o el de al lado. Cada timbrazo del teléfono es un pinchazo de pánico: llaman los familiares y amigos más rezagados para felicitar, ¿felicitar?, la Navidad. Va llegando la hora de la cena, el discurso del Rey, ¿pero dónde estará si hoy cierran pronto los bares? Va sonámbula de la cocina al comedor y se asoma a la terraza a ver si lo ve llegar por la calle. Calienta y recalienta el primer plato por si llega con hambre e impaciencia. No quiere llorar, esta noche no. No quiere que la vea con los ojos húmedos. Para eso no se ha puesto el vestido nuevo y los tacones nada más terminar de cocinar.

 

Cuando ya no puede más y se derrumba encima de las ollas y las fuentes cubiertas con papel de aluminio, suena el portero automático: abre sin preguntar. Oye el ascensor, no espera a que suene la puerta y, como ya se temía, allí ve salir a quien un día fue su gran amor, su esperanza de futuro, su proyecto de vida; allí sale tambaleándose, con la mirada perdida, la ropa manchada y mal ajustada, con ese olor insoportable, sin poder pronunciar palabra, directo a la cama, directo al infierno. Tampoco este año pudo ser.

 

A esas madres, esposas, parejas… o padres, maridos, hijos o hermanos, os dedico hoy estas palabras con todo mi afecto, compasión, admiración y ánimo: todo puede arreglarse cuando llega su momento. Confía en que se arreglará. ¡Feliz Navidad!

 

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