Regalos de cumpleaños

Hace unos meses, mi Musa, mi Maestra y mi gran Amiga cumplió 60 años en su Madrid de cuna y casa. Me invitó a su cena pero le propuse que la pospusiéramos hasta encontrar una fecha entre sus 60 y mis ya inminentes 65, con el fin de celebrar simultáneamente ambos guarismos tan especiales.

Cuando yo cumplí los 60, decidí conmemorarlos en la mágica Cádiz. Ella se presentó en el aeropuerto de Jerez cargada con  una enorme caja redonda con el envoltorio de una de las más populares pastelerías de Madrid: es la tarta de cumpleaños, me dijo. Incluso en el restaurante de la celebración pidió que la guardaran en frío. Tras la comida, el camarero trajo la gran caja con su envoltorio. Se me abrían las carnes sólo de pensar en apagar 60 velas y que todo el restaurante me cantara el cumpleaños feliz. Abrí temeroso y tembloroso la caja: no había una tarta. Contenía una elegantísima gorra roja de Jefe de Estación y un banderín con los que se daba la señal de salida o de paso libre a los trenes. Mi pasión por el mundo ferroviario es de sobra conocida por mi entorno. Las peripecias que mi Amgia tuvo que superar en el control de Barajas para que le permitiran pasar lo que podría ser un arma contundente sólo lo sabe ella. Ha sido el regalo más original, ocurrente y emotivo de mi vida.

Sus 60 y mis 65 los celebramos el martes pasado en un restaurante muy entrañable en pleno barrio de las Letras de Madrid, rodeados por manifestantes y antidisturbios lo que añadió mucha emoción a la llegada y a la salida. Yo, que soy un pavo para imaginar y comprar regalos, -pobres pavos siempre los citamos despectivamente salvo cuando hablamos de sus mocos-, decidí, en un alarde de imaginación, regalarle libros: de Filosofía, de incitación a una respuesta más decidida por parte de los ciudadanos a la crisis global, y sobre cien formas de hacer pan: ella, además de profesora universitaria, adora todo lo tradicional, biológico y artesano. No anticipé ni siquiera caí en la cuenta de que también celebrábamos mi próximo cumpleaños. De modo que pensé que el acto de abrir regalos acababa en ella.

Pero no fue así; me dijo: sé que has llegado a ese estado de gracia en el que ya no aspiras a tener lo que deseas sino a desear lo que ya tienes. Eres austero de vida y cuando algo de verdad lo necesitas puedes comprártelo. No es fácil hacerte a ti un regalo. Por eso te he traído un sobre con dinero, no estoy segura de cuánto hay, cuéntalo tú mismo. Abrí el sobre y lo conté: 150 euros, le aclaré. Son para tu ONG. Hace meses que comencé a comprar piedras semipreciosas, importadas de Japón, y a elaborar collares, pulseras, gargantillas y pendientes. Cuando termino un conjunto doy la vara a mis conocidos a fin de que me los compren para hacer algún regalo futuro; y si es a una amiga, para que lo use. Les digo que los beneficios son para tu ONG y nunca se niegan. No es mucho dinero pero sé que tú le darás el valor de todo el proceso, y que será el regalo que más ilusión te hará en este ciclo de tu vida.

Una vez más, acertó. Una vez más me sorprendió. Terminó con una súplica: sólo te pido que lo apliques al programa de los menores; son los más inocentes en esta crisis, quizá los únicos inocentes y les están negando hasta la comida en los colegios públicos. Así será: Musa, Maestra, Amiga. Nuestros Centros de Integración Socioeducativa en dos barrios difíciles de Marbella cuentan desde ahora con una pequeña inyección material pero con una enorme lección de cariño, ternura y dedicación en la distancia. Es cierto, no puedo tener mejor regalo de cumpleaños. La elegancia de tus lecciones no es común ni se prodiga. Por eso tus centenares de alumnos de la Complutense te adoran y te recuerdan siempre. Por eso tus amigos te queremos sin reservas. ¡Brindemos!