Un día al año no resuelve nada (*)

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Por Luis-Domingo López, publicado hoy en la edición impresa del Diario SUR

El jueves pasado se conmemoró el Día Internacional de la Lucha contra el Tráfico Ilícito de Drogas. El nombrecito ya se las trae por sí solo, pero en tiempos de corrección política hay que andarse con mucho cuidado para no herir susceptibilidades. Si usted, amigo lector, no se había enterado no se preocupe, es lo normal. Yo me enteré con el tiempo justo a pesar de estar trabajando altruistamente desde hace años en el ámbito de las adicciones y las drogodependencias. Dice el viejo proverbio, ya en desuso, que cada día trae su afán. En versión moderna podríamos adaptarlo a que cada día trae su conmemoración internacional de algo: la mujer, el cáncer, los refugiados, el alcohol, el sida, la esclerosis, en fin, carencias, enfermedades o injusticias que sin duda debemos trabajar por resolver pero que desde luego no encontrarán solución mediante celebraciones efímeras que al ser, además, diarias, han perdido todo su posible poder de antaño.
Se ha puesto de moda otro término muy relacionado con lo anterior: visibilidad. Se dice que estas conmemoraciones sirven para dar visibilidad a un determinado problema. Me temo que la sociedad, así en bloque, está bastante cansada de visualizar problemas. Si nos dejáramos afligir por todos los que nos caen encima sin poder evitarlos más los que nos presentan las diferentes fuentes de información a cada hora no podríamos vivir. Cierto es que el propio existir en armonía siete mil millones de personas y cifras inabarcables de animales, no todos bienintencionados: véanse los virus, parásitos hongos y bacterias, por ejemplo, no ha de resultar fácil. Pero no podemos intentar que todos arreglen cada día todos los problemas. Para eso se inventó en la revolución industrial del siglo XIX la división de trabajo.

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Las drogas y la proliferación de nuevas adicciones sin presencia de sustancias (ludopatía en sus múltiples variantes, aparatos móviles, internet, videojuegos, sexo y un larguísimo etcétera) es un problema de gigantescas dimensiones que provoca muertes prematuras, deterioro de casi todos los órganos del cuerpo, especialmente el cerebro, sufrimiento atroz en la propia persona y su entorno y pérdida total de libertad y dignidad. Ahora bien, que las entidades privadas y públicas que trabajamos para paliar este drama tengamos que abandonarlo todo cada 26 de junio, incluso desde una semana antes, para atender las múltiples convocatorias de manifiestos y manifestaciones, mesas informativas, actos reivindicativos y un sinfín de propuestas inútiles, a mi entender, parece como mínimo inconveniente.
En cada grupo social de los que trabajamos por algún fin loable hay más demandas que atender que recursos para hacerlo y es en el día a día, en el tesón, en la superación de obstáculos, en el aprendizaje y actualización permanentes y sobre todo en la atención directa a los afectados y en la prevención donde está la eficacia y la vía de solución. Claro, este quehacer callado y sin focos es menos lucido y poco vendible pero a la postre es el que sirve. Uno de los grandes abismos que separa a la sociedad de hoy de la de hace pocos años es la saturación de información, la hartura de impactos que dispersan la atención e incluso distorsionan la realidad. Encendemos el televisor, el aparato de radio o las redes sociales y dejamos que nos invadan sin solución de continuidad guerras en color, hambrunas, horrores en países lejanos incluso en el propio, peleas políticas con navaja, todo ello junto a previsiones meteorológicas interminables que raramente se cumplen, alertas limones, naranjas y grosellas, éxitos o derrotas deportivos… No hay estómago capaz de digerir semejante menú de atrocidades. Solución: verlo y oírlo como quien oye llover, como melodía de fondo.

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No es fácil ejercer la ciudadanía en un entorno tan exigente y complejo como el actual pero también con más posibilidades que nunca. Y la alternativa a su ejercicio es la rendición, la pasividad y el escapismo, soluciones mucho peores para la salud integral y la vida plena. Hay que elegir a cada momento aun cuando creamos que no lo estamos haciendo. Cuanta más conciencia pongamos en nuestras decisiones, sin menoscabo de la sabia intuición, seremos más protagonistas de nuestro destino. No elegimos el momento ni el lugar para nacer pero ya que estamos aquí, aprovechemos todas las oportunidades. No obstante, no lo olvidemos: un día al año no hace daño, pero tampoco resuelve nada. Por desgracia, la perseverancia es una virtud en declive.