Azar o destino (*)
Una de las grandes incógnitas de nuestro paso por la vida es dilucidar en qué medida está sometida al azar, a la casualidad o, por el contrario, todo tiene un orden predestinado contra el que apenas podemos intervenir. Cada vez que una tragedia nos azota las conciencias es inevitable hacerse esta pregunta. No hace mucho fue la fatalidad de subirse a un avión pilotado por un loco o por un perverso, quién lo sabe; anteayer mismo ha sido, mucho más cerca de nosotros, el drama sobrecogedor de unos jóvenes turcos llenos de futuro y de ilusiones truncado por un mar que no siempre muestra su bravura a las claras.
Esa negra tarde de un lunes de abril, ¿estaba escrita en el plan de vida de unos seres inocentes de origen lejano o fue fruto de la casualidad? Cuantos, -¿por casualidad?-, presenciamos aquella pesadilla quisimos consolarnos con los estériles remedios a destiempo: no debieron bañarse, no debieron dejarlos solos, debía haber habido bandera roja… incluso alguien dijo que debieron haberlos llevado al museo del bonsái en vez de traerlos a la playa. En el pentagrama vital de ese profesor y de esos estudiantes sordomudos, para más dolor si cabe, ¿ya estaban escritas las notas últimas de su melodía o las interpretaron sobre la marcha?
El deseo insaciable de saber nos ha llevado y nos sigue conduciendo a desentrañar misterios profundos que nuestros antepasados ni imaginaban pero seguimos analfabetos respecto al gran misterio, ese ignoto cóctel de espacio y tiempo en el que puede cambiar nuestra vida en un segundo e incluso en el que puede pasarse de la cara a la cruz porque vida y muerte son lados de la misma moneda. No es aquí cuestión de fe, agnosticismo o ateísmo porque ninguna religión, moral o filosofía nos ha desvelado qué capacidad tiene cada criatura de cambiar libremente su destino o si ha de caminar inexorablemente hacia él.
No tendrá jamás las mismas oportunidades una niña negra nacida en el centro de África que un varón blanco que sea parido en el norte de América o en la vieja Europa. Necesitamos creer que disponemos, aunque sea en una dosis homeopática, de cierta capacidad de diseñar nuestro vivir, de lo contrario no tendría ningún sentido aunque a más de uno le resultará más cómodo y cínico afrontar así sus responsabilidades. Si es verdad que cuanto ocurre responde a un orden cósmico, inaprensible, enviemos todo nuestro amor a esas familias rotas, a esos compañeros desconcertados, y confiemos en que lo que nos parece un absurdo y fatal accidente tenga alguna explicación, alguna justificación, alguna grandeza en vaya a usted a saber qué misterioso lugar del cosmos. Descansen en paz.
(*) Por Luis-Domingo López. Se emite hoy por Onda Cero Marbella.
Paqui
15 abril 2015 @ 9:19
Mi hija pertenece a la Asociación de Sordos y había estado días antes con estos chavales. Ha sido una tragedia ¿inevitable?, no lo sabemos pero ha ocurrido. No me quiero imaginar esos gritos silenciosos de auxilio… Mi más sincero pésame a estas familias. Descansen en paz