Bullying: nombres nuevos para viejos problemas (*)

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Se estudia en Derecho que el cambio de nombre no altera la naturaleza de las cosas, pero vivimos tiempos de nominación compulsiva. Ejemplo de ello es usar el término inglés bullying para referirnos a un fenómeno que ha existido siempre: el acoso en el ámbito escolar. En realidad, podríamos usarlo para cualquier otro espacio en que se produjera puesto que el verbo del que procede: to bully, no está restringido a la escuela sino que significa acosar, intimidar, tiranizar, oprimir, atormentar… es decir, usar la fuerza para someter al otro, supuestamente más débil. Pero en España nos priva importar palabras de ese idioma que tanto nos cuesta aprender.

La violencia psicológica, verbal o física la traemos de fábrica; es consustancial al ser humano y como el estrés va en nuestros genes para podernos defender de enemigos peligrosos, lo que ocurre es que ambos atributos necesarios, estrés y violencia, tienen su lado nocivo: el primero hacia nosotros mismos y el segundo hacia los demás. Por eso necesitamos gestionarlos adecuadamente a sabiendas de que ello no implicará su eliminación.

Narizotas, pecoso, gordo, gafotas o incluso insultos rimados como “¿qué es viento?, las orejas de Fulano en movimiento”, hemos padecido desde que el lenguaje nos permitió atacar de forma más sutil que usando los puños. Las peleas en los patios de recreo y en las calles han existido siempre y las heridas físicas se curaban con un chorretón de mercurocromo. En la casa se peleaban los hermanos y en la escuela los alumnos; también había cierta violencia psicológica, verbal y hasta física del docente al discente que hoy ha virado y se produce en la dirección contraria.

No vengo a defender el acoso, ni el escolar ni ningún otro, pero estoy convencido de que no acabaremos con él, como tampoco con las adicciones, la violencia doméstica,  el cáncer, los infartos, la injusticia ni con tantas otras fuentes de sufrimiento. Lo que sí podemos y deberíamos hacer es gestionarlas lo mejor posible para intentar minimizarlas. Y eso sí está en nuestras manos pero parece más fácil esperar a que lo resuelvan otros, sean jueces, médicos, organismos oficiales o campañas divulgativas.

La educación de la prole corresponde, antes que nadie, a la familia y se apoya en un trípode casi infalible: cariño, disciplina y comunicación. Si falta o falla cualquiera de ellos el equilibrio se pierde y el futuro se nubla. Todo menor o adolescente necesita sentir que es amado incondicionalmente por los suyos, que es exigido acorde con su edad y se le aplican consecuencias cuando traspasa los límites establecidos, y que siempre, ocurra lo que ocurra y pase por lo que pase, a quien primero deberá acudir es a sus padres que mantendrán abierta la línea de una comunicación franca y afectiva. Con esos tres componentes propiciarán una vida razonablemente saludable y feliz a sus crías. La vida en libertad no es fácil pero es mucho más rica y estimulante que dentro de una burbuja aunque esta sea de champán francés.

(*) Por Luis-Domingo López, vicepresidente de Horizonte. Artículo emitido hoy por Onda Cero Marbella.