Castillos de arena (*)

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(*) Por Luis-Domingo López. Se emite hoy por Onda Cero Marbella.

 

Los castillos de arena, que tanto atraen la atención de los paseantes en nuestras playas, son construcciones meticulosas, pacientes, detallistas y laboriosas en donde nada puede quedar al albur del azar porque todo se vendría abajo. Una vez concluidas hay que mantener una férrea atención a su cuidado porque un exceso de humedad o su contrario las ponen en peligro. En ocasiones, una marea imprevista, un temporal inoportuno o, aún peor, la salvajada de algún vándalo, tira por tierra tan delicado y costoso equilibrio.

 

Se ha publicado estos días una noticia sobre la última moda de ese fenómeno zafio y venenoso consistente en emborracharse de alcohol y lo que caiga en las noches de los fines de semana: para mayor escarnio la han bautizado con un nombre atractivo: “botellón indoor”. El inglés siempre da un toque de sofisticación a lo más burdo. Determinados negocios de hostelería, viendo que el botellón de calles y plazas les roba negocio año tras año, han inventado esta versión invernal. Consiste en permitir a los jóvenes llevar su propio suministro de alcohol a los locales y cobrarles únicamente por el valor añadido: los refrescos para las mezclas, el suministro de hielo, los vasos y los aseos. Hay diversas versiones y precios en función de las zonas, el público objetivo e incluso la hora de entrada a este mundo feliz de la borrachera barata al calor de las estufas.

 

Al parecer aquí no hay separatismos ni afanes independentistas y tanto las regiones más castizas como las más remilgadas respecto a lo hispánico se aplican con igual furor a esta práctica integradora: Madrid y su área metropolitana, Mataró, Valencia, Sevilla… y las que lo vayan aplicando en cuanto descubran un filón de negocio para combatir locales vacíos en las noches frías de jueves, viernes y sábado. Es fácil intuir que los controles sobre la edad de consumo brillarán por su ausencia, lo mismo que brillan ahora en los establecimientos en donde adquieren la bebida. Es muy fácil que de un grupo sea el mayor el que “declare” la mercancía a la entrada pero luego la consuma el resto a los que, oficialmente, solo se les habrá despachado hielo y refrescos.

 

Las entidades públicas y privadas que luchamos contra el alcoholismo y la adicción a otras drogas construimos con un trabajo callado, duro, largo, difícil y tortuoso castillos de arena de esperanza en un mundo en el que nadie acabe siendo esclavo de sus hábitos mortales. La superación de una drogodependencia, no sin altas probabilidades de secuelas incurables, suele requerir de dos a tres años de ingentes esfuerzos personales, familiares y sociales. El deterioro de la persona y de su entorno solo lo conocen quienes lo viven de cerca porque no es fácil siquiera imaginar. Y estos castillos de tan delicada arquitectura nos los derrumban de un plumazo mercantil e irresponsable quienes solo piensan en el sonido erótico de su caja registradora. Sin duda España es una potencia exportadora: lo mismo ofrecemos adrenalina mortal mediante la práctica del “balconing” que implantamos el “botellón indoor”. Todo muy cool, muy vendible, todo con su toque internacional. Y luego nos escandaliza el toro de la Vega. ¡Qué país!