Cuando fuera arrecia, atiza el brasero (*)

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Quiero creer que los más jóvenes de quienes nos oyen sabrán que brasero no sólo es el apellido del hombre del tiempo de esta cadena; brasero también es un recipiente hondo y metálico, generalmente redondo, en el que se quemaban brasas de carbón o leña para calentarse en tiempos más duros que los actuales por mucho que a estos los hallemos difíciles. A buen seguro que se sigue usando en más de un hogar con recursos famélicos. Como este modesto artilugio doméstico solía colocarse dentro de las faldas de la mesa camilla sobre la que se comía, leía, se jugaba a la brisca, se lloraban las pérdidas y las penurias, se hacían labores y se hilvanaban sueños y esperanzas, podemos darle al brasero un fuerte contenido metafórico: el de ser el centro alrededor del cual gira nuestra vida y la de nuestra gente.

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Que fuera arrecia creo que nadie lo niega, entendamos por fuera lo que queda al margen de nuestro control: sea el cinismo y la inutilidad manifiesta de la protocolaria conferencia de la ONU, sea la diáspora diaria de familias enteras que huyen de guerras, persecuciones o hambre; sea la tensión que cada mañana aparece sin previo aviso en algún rincón del mundo del que muchas veces ni habíamos oído hablar, sea el pánico por la desaceleración del gigante chino, sea la decepción de comprobar que ni los probos alemanes escapan a forrarse a costa de contaminar el mundo y engañar a millones de clientes, o sea, ya más cerca, la matraca cansina y nauseabunda del circo catalán. Si los índices de los mercados de valores son un buen predictor de que cómo van las cosas ahí fuera no nos queda otra que concluir que el mal es grave porque llevan meses buscando agujeros más y más profundos en los que resguardarse.

Pero tendemos a pensar que cualquier dificultad o problema es de nueva factura. No viene mal echar una mirada a los periódicos de cualquier época y lugar desde que se inventó la imprenta. Nunca hubo sosiego, jamás las noticias fueron alentadoras y tranquilizantes. Lo que sí es nuevo es la invasión masiva de las noticias en letra e imagen y la inmediatez con que nos asaetean: por radio, televisión, tabletas, teléfonos móviles y la multiplicación ad infinitum de las redes sociales. No ocurren más desgracias ni peores que antaño sólo que ahora no tenemos tiempo para digerirlas porque nos llegan todas y en tropel.

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Por eso, conviene no perder el norte, o mejor, el centro: el brasero. Aticemos el fuego interior cada mañana, cada tarde y cada noche para iluminar y dar calidez al camino de nuestra propia vida y la de quienes nos acompañan en la ruta. En vez de ofuscarnos por batallas cuyo control no está en nuestras manos actuemos sobre lo que sí podemos cambiar a mejor, sobre lo que depende de nuestro talento, habilidad o trabajo: de nuestra capacidad de sonreír, regalar una palabra de aliento, escuchar sin juzgar a quien necesita compartir, paliar la soledad o el sufrimiento de quienes nos rodean y también, por supuesto, gozar con ellos, reír, planear proyectos y metas, amar y dejarnos amar, abrazar o besar y dejarnos abrazar o besar. No nos cobijemos hipócritamente en lo mal que va todo. ¿Quién lo ha dicho? Nunca vivimos mejor. ¡Todos tenemos tantas posibilidades al alcance de nuestra mano! ¿A qué esperas, a qué espero, a qué esperamos?

(*) Por Luis-Domingo López. Emitido hoy por Onda Cero Marbella (Grupo A3 Media).