Culpas y responsabilidad (*)
Me inspira esta reflexión un hecho trágico y dolorosísimo: la muerte de un proyecto de vida de 20 meses por una ola inesperada que se lo arrebató de los brazos de su abuelo en una playa asturiana. El concejal de seguridad del pueblo declaró que iban paseando por esa zona de la playa para evitar dar un pequeño rodeo por una escalera. En Santander han tenido que poner vallas para impedir que la gente se acerque al litoral a fotografiar el temporal. En los carnavales de Málaga estuvo a punto de ser secuestrado un crío por un desaprensivo lo que fue abortado gracias a la decidida acción de Juan Diego, miembro de una comparsa marbellí. Hace algunos años en la misma capital otro chaval fue atropellado por un trono de Semana Santa con resultado mortal.
Vivimos en esa paradoja de creernos en un mundo seguro al tiempo que nos indignamos cuando se producen tragedias para las que siempre intentamos buscar culpables. Las fuerzas de la naturaleza, incluidas las de la naturaleza humana, son bastante imprevisibles. El lenguaje nos asimila muchas de sus reacciones: hablamos de rachas de viento a las que superan con creces la velocidad media y también de rachas de ira cuando un ser humano pierde el control sobre sus actos. Nos referimos a personas atormentadas y a chaparrones de injurias. Decimos que a alguien le ha dado una ventolera cuando sus actos no corresponden con lo que se espera.
Entre esa falsa percepción de que nuestro civilizado mundo moderno y occidental es seguro, de que nuestros conciudadanos son personas cabales y de buen corazón, y el deseo compulsivo de captar en imágenes cuanto nos rodea con la falsa esperanza de que seremos los únicos en disponer de esa puesta de sol o temporal marino, hemos ido perdiendo la saludable precaución en nuestro obrar. Sin perder de vista la porción que podamos atribuir al azar o a la suerte, buena o mala, lo cierto es que somos la consecuencia de nuestros actos. La responsabilidad es precisamente eso: responder de nuestras acciones y omisiones. Nadie discute la fuerza de la gravedad: todos aceptamos que cualquier cuerpo suspendido en el vacío caerá. Pero hay muchas otras relaciones causa-efecto no tan evidentes pero sí de vital importancia si queremos evitar fatalidades y problemas indeseados.
El mar es soberano y cuando se empareja con el viento resulta incontrolable. Toda aglomeración humana conlleva un riesgo potencial ante cualquier imprevisto fortuito o intencionado. El exceso de grasas saturadas desemboca en problemas circulatorios. Fumar reparte muchas papeletas para el sorteo de enfermedades respiratorias y cánceres. El sol excesivo puede acarrear severos problemas de piel. El consumo inmoderado de alcohol deteriora nuestras neuronas y nuestras relaciones sociales. Cualquier consumo de otras sustancias psicoactivas alterará nuestra salud física y mental. Las relaciones sexuales sin protección pueden llevar a embarazos no deseados o enfermedades de diverso tipo y gravedad.
Buscamos desesperadamente culpables para casi todo lo que nos pasa cuando lo sano sería mirar hacia dentro y asumir la propia responsabilidad. No para flagelarnos por lo ya irreversible sino para corregir el rumbo y prevenir nuevas caídas. Repito: somos la consecuencia de nuestros actos. Aceptémoslo y obremos en consonancia.
(*) Por Luis-Domingo López. Artículo que se emite hoy por Onda Cero Marbella.