Nuevo curso, nueva actitud (*)

Nuevo curso

 

(*) Por Luis-Domingo López, emitido a través de Onda Cero Marbella.

 

Se hace largo y lo es el tiempo que llevamos cargando con un pesado fardo en las espaldas. Esta situación que nos aprieta y desazona, a la que hemos dado en llamar crisis, envió sus primeros indicios hace siete años, en el otoño de 2007, y se manifestó con toda su crudeza y gravedad un año después, tras el verano de 2008. Ha llovido, ha hecho calor, han cambiado muchos líderes políticos, pero sobre todo nos hemos dejado mucho dolor y sufrimiento por el camino y, quizá lo peor, hemos caído en una profunda desesperanza, hemos perdido la confianza en el futuro y en quienes han de liderarlo.

 

La sociedad española, aunque no sólo ella, ha mudado su habitual tendencia a la chanza y el optimismo por una sensación general de cabreo, de mala uva, de desconfianza, de sálvese quien pueda. Cierto es que el ejemplo de aquellos a los que se les supone han de darlo ha sido y está siendo nada edificante pero las personas que formamos el grueso social no podemos quedarnos en una permanente actitud pasiva y derrotista como esperando que suceda algo externo que nos mueva a la acción. Mejor es que no ocurra porque de ser así sería un cataclismo natural, una nueva epidemia o un conflicto armado que traspasara esas fronteras que ya nos parecen naturales para la miseria y la guerra.

 

La recuperación, no tanto económica como anímica y de dignidad, ha de producirse de abajo arriba como vengo escribiendo desde que comenzó esta crisis de alcance demoledor. Entre sus consecuencias observo una que me parece muy preocupante: el ensanchamiento abismal de la brecha social. Una parte de los ciudadanos se está dejando la piel por salir adelante con su esfuerzo, su formación y su trabajo, con bastante independencia de su punto de partida y nivel de oportunidades. Otra parte, enorme, se está entregando al más absoluto pasotismo, a una queja pasiva y estéril, hablando únicamente de derechos y no comprometiéndose a asumir ningún deber. El llamado estado de bienestar ha creado unos efectos colaterales indeseados y nocivos en forma de hacer creer a muchas personas que la vida es un regalo permanente en el que todo nos es dado sin que debamos asumir la corresponsabilidad alícuota para el bien común.

 

Esperar que todo caiga del cielo es ilusorio. Las sociedades modernas, indiscutiblemente más justas y equitativas que las antiguas, se organizan por medio de instituciones que representan a sus integrantes para facilitarles y promover la vida en común y donde cada individuo pueda elegir su destino personal, familiar, profesional o social y en esa interacción, con las lógicas tensiones y luchas de poder, la vida sea una ventura consciente y plena pero sobre todo proactiva, no reactiva. Comienza un curso nuevo con muchos nubarrones en el horizonte. Os invito a afrontarlo con una actitud nueva: dejar de lado la queja o la espera pasiva y mudarla por la acción y la entrega personal a lo que cada cual deba o pueda.