Telerrealidad (*)

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(*) Por Luis-Domingo López. Publicado ayer en el Diario SUR.

 

El consumo de información meteorológica durante estos últimos días ha superado cualquier previsión. Los espacios dedicados al tiempo se han convertido en las grandes estrellas de los informativos y las consultas a las distintas opciones sobre el tiempo en aparatos móviles y ordenadores han arrasado. Y todo ello a pesar de que sólo con el simple hecho de comparar las previsiones, incluso para el mismo día, con la realidad subsiguiente deberían hacernos renunciar a tan inútil pérdida de tiempo, en este caso del cronológico no del meteorológico. Cuando se les afea a los profesionales del tiempo estas discordancias entre previsión y realidad lo justifican por la dificultad de elaboración de los modelos y por la presencia de múltiples microclimas dada la orografía patria. En el caso concreto de la Costa del Sol las lluvias reales se quedan a años luz de las previstas pero ahí seguimos confiando en la cartomancia.

 

Esta vivencia adelantada de la meteorología no difiere mucho de la fiebre de las fotografías y autorretratos (los inevitables selfis), solo que aquí la vivencia es a posteriori: el caso es eludir el momento presente. Cualquier viaje, visita o acontecimiento familiar se inmortaliza en una sucesión interminable de clics cuyos resultados se intercambian luego por si alguien ha perdido un gesto diferente. Un plato excepcional se puede dejar enfriar sin problemas a costa de que antes de hincarle el diente sea objeto de un reportaje gráfico. Dudo de que en los últimos años hayamos sido capaces de gozar sin más de una puesta de sol o de un atardecer, de un mar en calma o bravío, de un bosque o de una atalaya montañosa. La realidad, el momento único que tenemos a nuestro alcance, ese instante escurridizo que nos puede llenar de plenitud, lo sacrificamos en pos de una visión enlatada futura que quizá no volvamos a ver jamás por falta de tiempo o interés.

 

Mirar al cielo para averiguar qué día tendremos por delante parece una antigualla propia de bárbaros. Ahora para saber el tiempo que nos está acompañando en ese preciso momento y lugar miramos la aplicación de nuestro móvil para que nos lo traduzca. Si la pantallita nos indica que hace frío comenzará a helársenos la nariz aun cuando hasta ese momento hubiéramos percibido la sensación contraria. Damos más validez a la información de nuestros invasores tecnológicos que a nuestro propio sentir. Algo parecido sucede con los sondeos de intención de voto. Elección tras elección, desde que tenemos memoria, hemos comprobado la relevante distancia entre los machacones pormenores de las encuestas, incluso las realizadas a pie de urna el mismo día de los comicios, y los resultados finales tras el recuento de las papeletas, pero seguimos invirtiendo ingentes cantidades de dinero y medios para predecir lo que ocurrirá en cada consulta electoral. Siempre me he preguntado qué valor puede tener conocer resultados inciertos a las 8 de la tarde que los reales a las 10 o las 11 de la noche. Luego vendrán días y días de análisis y contra-análisis de lo que pudo ser y no fue, de lo que fue y de lo que parecía que iba a ser.

 

Tampoco es ajeno a este fenómeno de la telerrealidad: la realidad a distancia, la realidad anticipada o enlatada, el mundo del deporte. Los análisis previos a partidos de cierto interés son propios de tesis doctorales sobre la estrategia, la filosofía de juego, el estado físico y anímico de cada jugador, del entrenador, de las aficiones. Se hacen todo tipo de cábalas que luego unas veces coinciden y otras no como es lógico. Pero es inconcebible disponerse a presenciar un partido de lo que sea, especialmente de fútbol, sin una ristra de análisis previos, como si a la hora de dar al balón y encontrar el hueco oportuno en la portería contraria no interviniera la suerte y el azar. También los estudios posteriores a cualquier encuentro son para nota.

 

Relaciono estos fenómenos entre sí, y con otros más que podríamos incluir, como una actitud de renuncia a vivir el momento. Es cierto que los preparativos de una experiencia positiva nos aportan pasión y disfrute previo pero considero que dejamos escapar oportunidades cotidianas y permanentes de vivir sin más lo que nos llega, sea premeditado o aleatorio: sorprendernos de que comience a llover mientras caminamos, dejarnos invadir por una visión fuera de lo común sin buscar como posesos el móvil para inmortalizarla, saborear un plato humilde o de alta cocina sin necesidad de compartirlo de inmediato con los amigos de Facebook, reír la gracia de un niño o de una mascota, soplar espontáneamente las velas de una tarta cumpleaños, en fin, aceptar de una vez que ocurra lo que tenga que ocurrir. Dejemos de querer tenerlo todo controlado por delante e inmortalizado por detrás. Ya dijo alguien que la vida es eso que nos pasa mientras hacemos planes. Pues vivámosla, caramba.