Actuación contra indignación
(Artículo de nuestro vicepresidente emitido ayer, 12-11-13, por Onda Cero Marbella)
¡Indignaos!, gritó hasta su último hálito de vida el revolucionario Stéphane Hessel que nos dejó a sus 95 años en febrero pasado. ¡Indignaos!, le coreó nuestro economista libertario, José Luis Sampedro, que le siguió a ese lugar sin voces dos meses después y con un año más: 96. El movimiento 15 M, que ya nos parece viejo, fue el mayor exponente del grito de guerra de estos dos nonagenarios desaparecidos casi al unísono y, curioso, desaparecidos ellos también se esfumó o difuminó el movimiento de indignación.
¿Ha servido para algo? ¿Se ha conseguido alguna de las reivindicaciones? ¿Proponían, de hecho, alguna concreta y posible o era un potaje con tantos ingredientes que no había forma de identificarlos? Me temo que los símbolos contra los que se luchó: banqueros, políticos corruptos, prácticas abusivas en los negocios, sueldos de escándalo en las élites financieras… siguen siendo nuestro pan de cada día. Se anuncia a bombo y platillo el final de la tormenta sin que hayamos eliminado ni un solo brote de pestilencia. Ni siquiera en los ritmos y consecuencias del calentamiento global hemos logrado acercamientos. Si es verdad que se acerca el final del túnel aterra comprobar cómo en la oscuridad han arrimado aún más el ascua a su sardina quienes ya tenían todo el pescado en sus cestas y han dejado siquiera sin raspas a millones de parias que antes de entrar al túnel aún se valían para ir tirando.
Hemos pasado de la indignación a la sumisión, al desaliento, a la rendición y al pasotismo pero todo ello con un progresivo mal carácter, mala baba, haciéndonos la vida difícil y hostil los unos a los otros. Es raro encontrar personas que te atiendan con una sonrisa, que te contesten una llamada con cortesía o simple educación. Es como si hubiéramos llegado a una conclusión fatal: a mí me pisan, yo piso. A mí me zurran, yo zurro. A mí me timan, yo engaño. Y así no vamos por buen camino. Lo vengo repitiendo: esta revolución, como casi todas, habrá de ser de abajo arriba. Sólo existe esa posibilidad. Los de arriba ya nos han enseñado la patita y la tienen cubierta con una gran bota para pisotear cuanto se les ponga a tiro. Los unos critican el color y material de la bota del otro y viceversa pero desde aquí abajo sólo vemos suelas de botas embarradas.
Hace tiempo que me propuse no dejarme vencer por el fatalismo. Desde el fatalismo no se construye nada bueno. La indignación puede servir como motor de arranque pero no sirve para largos caminos; el fatalismo ni siquiera eso. Es la conciencia de ciudadano completo, libre y capaz la que nos permite avanzar hacia los sueños y animar a otros a que lo hagan. Tus sueños no coincidirán exactamente con los míos pero estoy seguro de que todos soñamos con un lugar de convivencia más acogedor, amable, equitativo y esperanzador en el que los individuos puedan desarrollar todo su potencial y que este consista en mejorar las oportunidades para el colectivo.
Todos disponemos de 24 horas cada día para vivir y descansar. La acumulación material no colma el alma. La plenitud se alimenta de muchos bienes inmateriales y gratuitos: el aire, la luz, el sol, el mar, la naturaleza, el amor, la amistad, la compañía, la charla, la familia, el proceso lento en alcanzar deseos, las vías hacia metas imaginadas… ¡Con todas las posibilidades de que disponemos cada mañana cómo es posible que las malogremos con tanta actitud egoísta y torpe!
Hace años que no dedico el más mínimo hueco de mi ocupación a aquellos problemas para los que no tengo solución. No le concedo un minuto de mi atención, por ejemplo, a ese esperpento de presidente catalán de boca y panza insaciable, a los insultos y pataletas de los parlamentarios, a la jauría de ineptos burócratas europeos, al cinismo de agencias de calificación, financieros, banqueros, politicastros y encantadores de serpientes. Por supuesto no dedico ni un guiño de ojo a la basura enlatada y manipuladora del 90% de la programación televisiva. Dedico mi vida a intentar resolver o mejorar aquello que percibo tener a mi alcance. Y me siento tan a gusto así que lo mínimo que puedo hacer es recomendarlo. Ahora bien, como no soy médico no se me perite expedir receta. Dicho queda.