Adolfo Suárez

La soledad de Adolfo Suárez
La soledad de Adolfo Suárez

Artículo de nuestro vicepresidente que se emite hoy, 26-3-14, por Onda Cero Marbella.

Me sobrecoge caer en la cuenta de que prácticamente para todas las personas de menos de 40 años, ¡menos de 40 años!, el nombre de Adolfo Suárez sólo representa unas líneas en los libros de la historia reciente de España. Para 22 millones de españoles, poco menos de la mitad del censo, Adolfo Suárez no es más que una referencia informativa y un tema de conversación en familia o entre amigos en estos días de su muerte corporal.

Para la otra mitad, al menos para quien esto escribe, Adolfo Suárez fue toda una revelación. Acostumbrados a una gobernanza en blanco y negro, en ordeno y mando, en palo y tentetieso, en dedo índice extendido hacia arriba acompañando a voces carrasposas amenazando con que “todo el peso de la ley caerá sobre aquellos que alteren el orden establecido”, y lindezas por el estilo, aparece a comienzos del verano de 1976 un abulense joven, guapote, un poco chulesco pero simpático e irresistiblemente seductor, que ríe y sonríe, que habla con respeto, que dialoga, que puede prometer y promete, que en un semestre nos convoca a referéndum para aprobar una reforma política desde dentro, que en otros seis nos emplaza a las primeras elecciones libres de nuestra vida, que pacta, que consensúa, que en otros doce nos presenta a sufragio la Constitución democrática más moderna de Occidente.

Cuando aquel verano el Rey lo nombró presidente del Gobierno de entre la terna propuesta por el Consejo del Reino, me preguntaban personas cercanas qué me parecía: más de lo mismo, respondía, tiene bemoles nombrar para regir esta nueva etapa al último secretario general del Movimiento. ¡Qué error, qué inmenso error! Pero resultó una gran sorpresa… para bien. Juan Carlos de Borbón, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández-Miranda, quizá con ayuda de Tarancón, Abril Martorell, Areilza y alguno más, tumbaron 40 años de milicia atada y bien atada y alumbraron un país que como dijo otro mordaz protagonista de la época, Alfonso Guerra, no lo conocía ni la madre que lo parió.

Creo que al igual que cada uno construye su realidad, cada persona tiene mucho que ver en sus propias enfermedades. El cerebro primario no soporta el exceso de sufrimiento y es capaz de fabricarse un alzhéimer, un infarto o un cáncer para renunciar a otros dolores menos físicos. Adolfo Suárez sufrió demasiado desgarro en su propia familia y en su propio país; le tildaron de traidor, le negaron el pan y la sal, le dieron la espalda en su reaparición política, le machacaron quienes todo le debían. No me extraña que decidiera escapar del mundo circundante y pasar su última docena de años dentro de sí mismo, con sus ensueños, sus fantasmas y ¡vaya a usted a saber con qué más! A Mariano José de Larra ya le dolía España a comienzos del siglo XIX. ¡Qué poquito hemos cambiado dos siglos después! Adolfo Suárez González, gracias y descanse en paz.