Conciencia sumergida

Lo que más nos diferencia de otras especies es la capacidad de superar el instinto y someternos a preceptos morales
Lo que más nos diferencia de otras especies es la capacidad de superar el instinto y someternos a preceptos morales

Artículo de nuestro vicepresidente publicado hoy, 3-2-14, en la edición impresa del Diario SUR.

Fuentes fiables nos informaron hace unos días de que la economía sumergida en España se había incrementado en los últimos cinco años hasta haber alcanzado prácticamente la cuarta parte del PIB. Por si dicho así suena muy higiénico lo expresaré más claro: hacemos trampa en una de cada cuatro transacciones de contenido económico que realizamos en nuestro país, insisto en la primera persona del plural: realizamos. Que nadie mire para otro lado.

Es cierto que hacia cualquier altura que dirijamos la mirada divisamos estiércol: gobierno central, gobiernos autónomos, poderes provinciales y locales, parlamentos, sindicatos, agrupaciones empresariales, banca o iglesias, pero casi me resulta más doloroso que tampoco cuando bajamos los ojos nos encontremos el edén de la honradez: ONG, autónomos, profesionales, pequeño comercio, oficios varios y consumidores. La situación no es nueva pero sí lo es su incremento y aún peor que no hayamos sido capaces de aprovechar el empellón de estos siete años de revolución general para posicionarnos como pueblo en un lugar más habitable y justo. Como país no estamos a la cola de la convivencia cívica pero sí en el pelotón de los más corruptos.

Si echamos la mirada muy, muy atrás, veremos que todos venimos del mismo origen, incluso acaba de saberse que los primeros europeos eran de piel oscura y ojos claros. Sería curioso descubrir por qué unas naciones han evolucionado hasta conseguir organizarse socialmente basadas en principios de justicia social, equidad y cumplimiento de las leyes que se han ido otorgando, mientras muchas otras seguimos haciendo de la picaresca, a la escala que cada cual puede, la norma que preside nuestros actos. Es verdad que el clima podría ser una variable relevante: pocos países cálidos, si alguno, han conseguido niveles aceptables de desarrollo ético, pero por el lado contrario la variable nos falla; no todos los países alejados del trópico lo han alcanzado: los del sur de América Latina y África nos adelantan en corrupción.

Queremos contemplar belleza tanto cuando subimos la mirada como cuando la centramos en lo más cercano
Queremos contemplar belleza tanto cuando subimos la mirada como cuando la centramos en lo más cercano

Los sucesivos mestizajes tampoco nos darían la clave pero no vamos a entrar en su análisis porque este no es su lugar. Disponemos de suficientes ejemplos de estados que, con las lógicas excepciones a toda regla, han conseguido superar con creces la era de las cavernas, la ley del más fuerte. Lo que más nos diferencia a los humanos del resto de los seres vivos, es la autoconciencia, la capacidad de superar el instinto para someternos a preceptos morales y la vocación de trascendencia. ¿Por qué pues en este privilegiado espacio que conforma la península ibérica, eje norte-sur y este-oeste, mediterránea y atlántica, no conseguimos una organización social virtuosa? Cuando comenzó el terremoto social y económico que aún nos hace temblar, insistí mucho en que había llegado el momento de la sociedad civil, la oportunidad de que el cambio se produjera de abajo arriba dado que los “de arriba” ya habían demostrado su incapacidad, pero no hemos sido capaces y temo que ya empieza a ser tarde.

Padecemos una prolongada carencia de liderazgo; el propio concepto de liderazgo en la sociedad de hoy nada tiene que ver con el que pudo ser válido hace menos de medio siglo: para una sociedad infinitamente más compleja se lo requiere más ejemplar, abierto, componedor, versátil y con visión, pero no ha de ser imposible hallarlo y ante ese fracaso de la clase dirigente pudo haberse ensayado un movimiento ascendente de búsqueda de un nuevo modelo de organización social basado en valores universales previamente acordados, en los que desde luego el respeto, la tolerancia, la equidad y el esfuerzo estuvieran presentes.

Por lo que se ve, no ha llegado el momento; quizá necesitamos descender aún más en la escala moral para tomar conciencia de la absoluta necesidad del gran cambio. Los dos instintos básicos del ser vivo más elemental son la supervivencia y la perduración de su especie; por eso la violencia y el sexo son impulsos tan fuertes y primarios. Justamente por ello, alcanzar el nuevo peldaño en la evolución habrá de partir de una decisión conjunta y con la fuerza suficiente para instalarnos en un sistema de coexistencia armónico entre todos los componentes del planeta y tendente a la plenitud de la vida en común.