Coste de oportunidad: mucho más que un concepto económico

Toda elección conlleva un cose de oportunidad

Artículo de nuestro Vicepresidente publicado la semana pasada en la edición impresa del Diario SUR

De todo cuanto se estudia en Economía hay dos conceptos fundamentales, el primero de ellos es el de Coste de oportunidad, otro día trataré sobre el segundo. Empezaré por una definición concisa y  comprensible: “El coste de oportunidad de cualquier decisión es igual al valor de la mejor opción descartada”. Quizá no quede muy claro a simple vista pero con algunos ejemplos de situaciones cotidianas no sólo se entenderá a la perfección, sino que veremos cuán importante es tenerlo en cuenta en todas nuestras decisiones, incluso en las de escasas consecuencias aparentes.

            Un primer ejemplo sencillo: puedo elegir entre pasar la mañana en la playa tomando el sol o realizar un trabajo temporal de 4 horas por el que me pagan 80 euros. Si opto por ir a la playa está muy claro “el valor de la mejor opción descartada”: 80 euros. Ese es el coste de oportunidad de irme a la playa. ¿Cómo valorar la decisión opuesta? ¿Cuál es el valor de la opción “no ir a la playa” si decido aceptar el trabajo? Su cuantificación no es igual de inmediata pero puedo realizar  ciertos procesos mentales que me ayuden: qué significa para mí una mañana de playa, si vivo en una zona donde un día soleado es extraño o es habitual, si voy a disponer de más posibilidades de hacerlo o es la única, si el baño marino y el sol es para mí saludable o perjudicial, si he soñado largamente con ello o soy poco aficionado a pisar la arena, etc.

            El coste de oportunidad, dado que se iguala al término valor, puede variar de unos momentos a otros. El valor de un vaso de agua fresca no es el mismo tras una caminata por el desierto bajo el sol abrasador que si acabo de tomarme unas cañas con los amigos. Es decir, el valor del mismo acto no es fijo ni permanente por lo que el coste de oportunidad de una misma decisión puede ser distinto en función del momento y la circunstancia en que la adoptemos.

            Busquemos ejemplos un poco más complejos que el anterior, puesto que en la vida se nos presentan encrucijadas con más de dos caminos. Cada fin de semana podemos quedarnos en casa leyendo, hacer una escapada a la montaña, ir a visitar una ciudad monumental, aceptar una insistente invitación para pasarlo en casa de unos parientes, instalar esa estantería cuyo material compramos hace tiempo pero nunca nos atrevemos… en fin, un abanico de posibilidades. Cuando optamos por una de ellas hemos de ser conscientes de cuál de las restantes nos parece la mejor y tratar de atribuirle un valor, no necesariamente monetario pero sí puede ser la socorrida calificación del 1 al 10. Si al hecho de visitar el centro histórico de esa ciudad a la que deseamos ir le otorgamos un valor 8 y finalmente decidimos montar la estantería está claro que su coste de oportunidad es elevado, es notable. Probablemente por eso llevemos con el material comprado y sin montarlo durante meses.

            Pensemos en algunas decisiones que suelen comportar un alto coste de oportunidad: casarse, el de perder la posibilidad de conocer otras personas más apropiadas para compartir el resto de la vida o unos cuantos años de ella; aceptar o adquirir una mascota, perder la libertad de poder viajar, salir, entrar libremente sin preocuparnos de su comida y de sus tres salidas diarias; elegir una universidad o una carrera,  cerrar la oportunidad de asistir a otra más apropiada en su relación coste-eficacia o la de cursar otros estudios más ajustados a nuestros proyectos profesionales; entregarnos compulsivamente a nuestra copiosa comida favorita, aumentar peso, elevar los niveles de colesterol y el riesgo cardiovascular, pero cuando renunciamos una y otra vez a esos festines, pagamos el coste de oportunidad de no disfrutar de algo que puede estar al alcance de nuestro bolsillo.  

            Que nadie concluya por lo aquí escrito que la única forma de no afrontar costes de oportunidad es no tomar decisiones. La indecisión permanente tiene el mayor coste de oportunidad imaginable: dejar escapar la vida. Así que, queridos lectores, tomen decisiones, cuantas más mejor, pero tengan siempre clara una idea: no hay ninguna decisión gratuita. Cada una de ellas, incluso la más simple e inocente, tiene su coste de oportunidad. Saberlo y tratar de evaluarlo intuitivamente, ayuda a adoptar las mejores decisiones. Vivir es decidir continuamente. ¡Suerte!   

Luis-Domingo López Pérez