Cuando la información no es suficiente

El faro informa del peligro, evitarlo está en nosotros

Artículo de nuestro Vicepresidente publicado hace unos días en la versión impresa del Diario SUR

Vivimos en la sociedad más informada de la historia. En un solo año se produce y transmite hoy más información que la que se acumuló hasta finales del siglo XX. El descubrimiento de la imprenta en el siglo XV produjo un vuelco de consecuencias históricas en la transmisión del conocimiento pero ha quedado eclipsado 500 años después con el advenimiento de Internet y todo el desarrollo de bases de datos y buscadores, de capacidad y acceso infinitos.

La información se ha convertido en un bien de consumo masivo con todas las ventajas pero con todos los inconvenientes de tal fenómeno. La política del usar y tirar de la que tanto gustamos en los bienes materiales nos ha afectado también en este intangible. Sucesos que un día nos parece que cambiarán el mundo quedan en el más absoluto olvido a las 48 horas sin que tan siquiera tomemos conciencia de ello en la mayoría de las ocasiones. Cataclismos, devastación, revoluciones, guerras, muertes y nacimientos, descubrimientos y amenazas diversas, pasan ante nuestros ojos y oídos como si de pequeños pasajes domésticos se tratara. Con la misma frugalidad que los ingerimos, los echamos a los desagües del olvido sin apenas digerir.

Tomemos como objeto de análisis para nuestra reflexión de hoy el fenómeno de las adicciones en un sentido amplio: el alcohol, el tabaco, los psicofármacos, las sustancias ilegales tanto estimulantes como depresoras del sistema nervioso, los desórdenes en la alimentación junto a ciertos hábitos alienantes como el juego, los videojuegos, los teléfonos móviles y sus diversos medios de mensajería rápida, los chats y las redes sociales. De la mayoría de estos elementos adictivos hay estudios trasversales en el tiempo y el espacio suficientes para conocer con precisión sus efectos devastadores sobre las víctimas, tanto en el aspecto de su salud física como de la psíquica, que, por cierto, cada día sabemos que son más inseparables.

Por ceñirnos a nuestro país, no muy diferente en este aspecto a otros de culturas y niveles socio-económicos diversos, disponemos de información contrastada, precisa y fehaciente de la relación causa-efecto entre el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, y la esperanza de vida en cantidad y calidad. Sabemos qué órganos son los más directamente perjudicados por su abuso. Podemos cuantificar el coste económico que para el sistema nacional de salud representa este monumental problema. En función de ello se vienen realizando, con más o menos fortuna e imaginación, campañas costosísimas no ya para su erradicación, -pura quimera-, sino al menos para su reducción. El resultado es demoledor: si bien ha descendido moderadamente el consumo de tabaco, gracias a la prohibición de fumar en lugares públicos cerrados, no ha sido igual con el de alcohol y otros estupefacientes. Es más, se constata en cada encuesta o estudio una mayor precocidad en el comienzo de su uso e incluso, en el caso del alcohol, un modelo de consumo salvaje e incívico en forma de atracones de fin de semana con dramáticos casos de coma etílico entre jóvenes y menores de edad.

En un fenómeno distinto pero relacionado con lo que hablamos, ocurre algo parecido con las relaciones sexuales fuera de la pareja estable: nadie ignora hoy que su práctica sin protección implica un elevado riesgo de embarazo no deseado y enfermedades de transmisión sexual, alguna de ellas crónicas, es decir, incurables. A pesar de ello, se siguen practicando irresponsablemente a pesar de conocer a la perfección sus potenciales consecuencias negativas graves.

Concluimos: la información es necesaria pero en absoluto suficiente. El hecho de saber a qué riesgos y problemas nos enfrentan nuestras decisiones libres no garantiza en absoluto que optemos por las adecuadas. Nuestra conducta está sometida a impulsos que, en ocasiones, nos resultan más fuertes que el poder del raciocinio. Ahora bien, no por ello quienes nos ocupamos por elección u obligación de procurar mejorar el mundo en que vivimos: padres, docentes, líderes de opinión, científicos, agentes sociales, etc., hemos de tirar la toalla. Debemos seguir buscando métodos y caminos para hacer más eficaz el proyecto; intentar movilizar la emoción de quienes son sujetos potenciales de riesgos evitables; ser capaces de descubrir no sólo los contenidos sino los canales de los mensajes para que lleguen de forma eficiente al centro de decisión emocional de los destinatarios. Una vez más, tenemos ante nosotros una aventura apasionante.