Cuando lo bello puede matar (*)

Estramonio 3

Se dice que la naturaleza es sabia y solemos aceptarlo sin vacilar quizá en descarga por lo mucho que la maltratamos. Pero convendría matizar tal aserto porque aparte de los fuertes cabreos que nuestra madre natural común coge de vez en cuando en forma de terremotos, volcanes, huracanes o gotas frías, cuyos efectos tenemos bien cerca estos días en el tiempo y el espacio, hay otras vilezas mucho más sutiles de las que se vale para hacernos caer en trampas que pueden ser mortales aún cuando a nuestros ojos no obtenga de ello ningún beneficio.

La flor del estramonio, que podemos ver y admirar en parques y jardines de nuestras ciudades, en Marbella sin ir más lejos, posee una belleza casi irresistible con esa especie de campanillas albo-gualdas que caen dulcemente entre sus verdes y frondosas hojas. Pues bien, de esa bella criatura tan abundante, se extrae la escopolamina, un alcaloide tropánico, más conocido por el sugerente y festivo nombre de burundanga que no sé a ustedes pero a mí me evoca la música brasileña.

Van siendo cada día de más actualidad los casos de violaciones y robos realizados a víctimas sometidas a los efectos de esta droga mortal. Como casi todo en esta vida  la cuestión está en la dosis: el sol, el agua, la comida, el sexo, el sueño… no podríamos vivir sin ellos pero su exceso puede matarnos. Así, la escopolamina se usa en farmacia para combatir nauseas, vómitos y mareos en dosis casi homeopáticas, pero quienes lo mezclan con la bebida de sus víctimas no andan con esos miramientos por cuanto lo que pretenden y consiguen es hacerlas entrar en una especie  de hipnosis química sometiendo su voluntad a la del malvado, sin necesidad de forzarlas. Como además produce amnesia, la víctima no recuerda qué ocurrió durante ese período que puede durar de tres a cuatro horas.

En España se denuncian algo más de 1.200 violaciones al año; y digo se denuncian porque se estima que las que se producen son muchas más; pues bien, de ellas, más de un tercio se producen bajo los efectos de alguna droga, no solo la burundanga, la mayoría durante las noches de los fines de semana.

No vivimos en un mundo perfecto compuesto de buenas personas dispuestas a mover la voluntad de los otros mediante diálogo y legítima seducción; siempre abundó la violencia para conseguir fines infames y así continúa. Hoy se dispone de más medios y más sofisticados. La burundanga, esa consecuencia potencialmente letal de la bella planta del estramonio, es una de ellas pero no la carguemos con toda la culpa: el alcohol, el cannabis, la cocaína, las metanfetaminas o las pastillas de síntesis, en sus funciones de estimulantes o inhibidores del sistema nervioso central, acarrean peligros parecidos.

Sé que es predicar en el desierto porque le oí en cierta ocasión a nuestro Nobel de Literatura, Camilo José Cela, cuando le preguntaron por el sida en sus comienzos: “el sida no se acabará nunca porque la jodienda no tiene enmienda”. Intentemos, al menos, que cada cual sea dueño o dueña, y no víctima, de su propia jodienda.

(*) Por Luis-Domingo López, vicepresidente de Horizonte. Emitido hoy por Onda Cero Marbella.

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