Educar no es solo formar a la persona (Emociones)

Luis-Domingo López (*)

Sigo desarrollando cada uno de los cuatro pilares en los que basaba el sistema educativo en mi artículo inicial de esta serie (Educación: luz al final del túnel); en el anterior afronté el de la transmisión de conocimientos (Educar no solo es transmitir conocimientos)y hoy toca el de la gestión de las emociones, o sea, la formación de la inteligencia emocional.

Mucho se ha hablado ya de ese concepto, novedoso en su momento, de inteligencia emocional; fue un éxito de ventas mundial y base de muchos desarrollos ulteriores la obra del californiano Daniel Goleman con ese título precisamente, publicado en 1995. A los efectos de este breve artículo podemos equiparar el concepto de emoción con el de sentimiento. Citemos algunas de ellas para saber claramente de qué hablamos: amor, alegría, esperanza, júbilo, satisfacción, felicidad, solidaridad, compasión, nostalgia, ira, soberbia, envidia, odio, angustia, fobia, desengaño, tristeza, vergüenza, frustración, ansiedad, incluso depresión.

Suele ser común en el ámbito de los países más desarrollados evaluar a sus centros educativos, tanto del ciclo primario como del secundario y del universitario, por medio de pruebas que únicamente miden resultados en la trasmisión de conocimientos. Claro, es mucho más sencillo y barato cuantificar mediante test de respuesta múltiple el grado de adecuación con relación a los currículos obligatorios. Sin embargo, es mucho más difícil y costoso averiguar cuál es el nivel de maduración emocional de los estudiantes por cuanto no disponemos de baremos estándares ni será fácil diseñarlos.

Si para educar es necesaria toda la tribu, como afirma incansablemente el filósofo José Antonio Marina, lo que comparto íntegramente, en la parte relativa a la identificación y gestión de las emociones se hace más patente. Las emociones, los sentimientos, deben poder expresarse y manejarse adecuadamente en la familia, en el grupo de iguales, en la escuela, en el deporte y en los grupos del entorno más próximo. Pero, ante la inadmisible despreocupación creciente por la riqueza del lenguaje, hemos de tener presente que los sentimientos sólo pueden “pensarse” a través de él. ¿Cómo puede identificar el niño, el púber, el adolescente o incluso el adulto, qué emoción le embarga, le anima o le incapacita si no conoce el término que la define?

La formación de la persona, que debe ser permanente a lo largo de toda nuestra vida, no sólo debe ocuparse de la adquisición de nuevos conocimientos, sino de una mejor comprensión y gestión de las emociones. La realidad, lo que ocurre lejos o cerca de nosotros, no podemos modificarlo a nuestro antojo, pero sí podemos cambiar, mediante el trabajo oportuno de introspección, lo que esa realidad nos produce; sea la hambruna y pobreza extrema en Somalia o el desaire de una persona próxima. Malgastamos mucha energía en lamentarnos de lo que acaece fuera de nuestro alcance y dedicamos poca atención, si alguna, a la forma en la que podemos responder saludablemente a ello y en cómo nos afecta.

Al igual que a los hijos y a los alumnos les estimulamos al estudio, al deporte y al juego, -ojalá sea así-, debemos ayudarles a identificar con precisión sus diferentes emociones y sentimientos, a analizarlos y a descubrirles métodos para fortalecer los positivos, y enfrentar y minimizar los negativos, sin olvidar que en el mundo de las emociones, el ejemplo es mucho más eficaz que la monserga.

Los dos siguientes artículos afrontarán la educación en valores y la adquisición de habilidades sociales.

(*)Vicepresidente y Secretario General de Horizonte Proyecto Hombre Marbella. Este artículo sólo refleja el pensamiento de su autor.