El discurso del Rey (*)

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(*) Por Luis-Domingo López, publicado hoy en la edición impresa del Diario SUR.

 

Había una gran expectación y no la defraudó. El primer discurso navideño de Felipe VI fue la mejor alocución real desde la instauración de la democracia. El contenido, muy medido; la puesta en escena, exquisitamente neutra: apenas visible un escueto Belén, apenas visible una foto con su padre. La pronunciación clara, la entonación perfecta, el movimiento de manos en su justa medida; la postura equilibrada y la vestimenta en el punto medio entre elegancia y sencillez. Trató con valentía y delicadeza los tres aspectos críticos de nuestras preocupaciones: corrupción, Cataluña y dificultades económicas. Despedida en las cuatro lenguas oficiales: castellano, euskera, catalán y gallego. Fue tan políticamente correcto que celebré entusiasta que no cayera en el ridículo de referirse a españoles y españolas, catalanes y catalanas, ciudadanos y ciudadanas, vosotros y vosotras: los cuatro vocativos expuestos a ello en su mensaje.

 

Sin embargo creo que lo que el Jefe del Estado calló, porque no era el momento ni la ocasión, bastante tiene con ir ganándose el aprecio de unos y la tolerancia pasiva de otros, fue algo que resultará imprescindible si queremos de verdad llegar a ser un pueblo respetable y respetado, civilizado y digno: la exigencia de responsabilidad individual y colectiva. La corrupción no está solo en las instituciones y los gobernantes; esa es la que vemos, la que suena y la que nos resulta confortable censurar y exigir ejemplaridad. La corrupción rezuma en nuestro ambiente doméstico cotidiano, porque corromper es viciar, dañar, pervertir, alterar… Vivimos en una sociedad tan acostumbrada a ello que incluso hemos llegado a perder la perspectiva, al igual que el pez no ve el agua porque vive sumergido en ella.

 

Viví mi infancia y juventud bajo una dictadura y de entre todos los males que ello suponía, el enchufismo no era uno de los menores aunque entonces se lo llamaba recomendación; todos aspirábamos a tener quien nos recomendara. No percibo apenas cambio en este podrido vicio de formidable injusticia. De abajo arriba y de arriba abajo no solo mantenemos un nivel de influencia y de nepotismo descarados sino que muchos hacen gala de ello. Hasta tenemos un castizo refrán que lo resume: quien tiene padrino, se bautiza.

 

España es el país con mayor economía sumergida del mundo desarrollado. Se calcula que una cuarta parte de nuestra producción, es decir del intercambio de bienes y servicios, se realiza de forma irregular o en negro. Hay bolsas de fraude bien localizadas en determinados sectores y rincones geográficos pero no hace falta ir muy lejos: pensemos en nuestra soleada costa cuántos trabajos remunerados se hacen sin declarar y por tanto en condiciones precarias, tanto de forma esporádica como habitual e indefinida. Para corromper se requiere un corruptor y un corrupto: quien demanda mercancías y trabajos a sabiendas de que su origen o condición son irregulares no está realizando una obra de beneficencia, esté promoviendo la ilegalidad y en muchos casos la criminalidad.

 

En estos días hemos sabido que casi un tercio de los controles de alcoholemia y otras drogas realizados por la Guardia Civil de Tráfico dieron positivos. Los radares los burla quien puede instalando medios electrónicos de detección, por tanto solo descubren y sancionan a quienes no disponen de posibles para incorporarlos a sus vehículos. El estraperlo de tabaco se exhibe como un derecho irrenunciable en poblaciones próximas a territorios francos. El trapicheo de venenos que asuelan a nuestros adolescentes, jóvenes y adultos es considerado como un dignísimo medio de vida en barriadas periféricas de grandes y pequeñas ciudades.

 

No es preciso continuar porque a nuestro alrededor se producen cada día variopintas manifestaciones no muy diferentes a las que nos escandalizan cuando son cometidas por personajes públicos. Y no es cuestión de tamaño o cuantía, es cuestión de actitud. Quien roba diez teniendo diez al alcance robará mil cuando disponga de ello. Analizando el perfil de los corruptos más en candelero se observa que la mayoría proceden de estratos socioeconómicos humildes y de familias normales. Normales, esa es la palabra clave. Parecía un chico normal, comentan asombrados los vecinos cuando alguien ha cometido una fechoría de mayor calado. Normal, ese es el drama; que nuestra normalidad parece llevar de fábrica el germen de la pillería.

 

Algunos le censuran al Rey que no hiciera una mención expresa a la imputación de su hermana. Yo le disculpo que no hiciera un alegato contra las conductas reprochables del común. Se lo disculpo porque en este galimatías ibérico sólo le hubiera faltado herir la susceptibilidad de un pueblo dado a ver y airear pajas en ojos ajenos y a ocultar cínicamente vigas ciclópeas en el propio.

 

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