Proyectos sensatos (*)

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(*) Por Luis-Domingo López. Se emite hoy por Onda Cero Marbella.

 

Si hace unos días era tiempo de hacer balance, hoy lo es de hacer proyectos. Cerramos un calendario y abrimos otro. Repasamos lo que pudo ser y no fue, y planeamos lo que queremos que sea. Bromeaba en estos mismos micrófonos el miércoles pasado sobre la inutilidad de hacerse demasiados propósitos para el nuevo año a sabiendas, por la experiencia, de que la mayoría de ellos se quedarán en eso: en buenas intenciones. Pero tampoco es conveniente dejar que nos vivan los días sin intentar ser nosotros quienes los vivamos a ellos. Me atrevo, en tal sentido, a proponer dos familias de buenos propósitos, simples, sensatos y saludables: los destinados al prójimo y los dirigidos hacia uno mismo.

 

Entre los primeros, aquellos que aportan esa pizca de sal al bien común, sugiero cuidar hábitos tan sencillos como utilizar la intermitencia del coche para advertir a quien nos sigue de nuestra siguiente maniobra, no dejar aparcado el vehículo en doble fila entorpeciendo el tránsito mientras nos tomamos el aperitivo, reciclar las basuras, llegar con puntualidad a las citas y compromisos, recoger los regalitos intestinales de nuestras mascotas cuando se alivian en plena calle, respetar las horas de descanso de la vecindad evitando jolgorios escandalosos, no escatimar la palabra gracias, un apretón de manos, un abrazo a tiempo o un par de besos y, ya si vamos a por nota, regalar unas horas a la semana, unas migajas de nuestro tiempo, a practicar voluntariado en cualquier entidad solidaria: si es en Horizonte, no vamos a ponernos bravos.

 

En la segunda familia de buenos propósitos, los dirigidos hacia nosotros mismos, sólo tenemos que pensar cuáles son nuestras necesidades básicas: aire, agua, alimento material, ejercicio, alimento espiritual y relaciones sociales. Por lo tanto: respirar bien, lo que no es una perogrullada, beber lo suficiente, comer variada y moderadamente, movernos aunque sólo caminando a buen paso al menos media hora diaria, tener disposición de aprender y descubrir, y enriquecer nuestra faceta social tan inherente a la condición humana: alejarnos de las personas tóxicas y estar abiertos a relaciones nuevas o viejas bienintencionadas: familiares, amigos, compañeros, colegas, amantes.

 

Una tercera categoría, dejada aparte con intención, es el trabajo o la formación: sólo quien no puede acceder a ellos conoce bien su valor. No esperemos a perder el empleo o la posibilidad de estudiar para lamentarnos de su ausencia. El aprendizaje en este tiempo ha de ser continuo porque los saberes caducan con más rapidez que los yogures, y el trabajo hemos de experimentarlo no sólo ni sobre todo como un medio de vida sino como un camino de realización y crecimiento personal. ¿Complicado? En absoluto; solo hay que ponerse a ello. Estáis invitados.