El negocio de la salud (*)

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Hace año y medio escribí un artículo titulado “El sida como negocio”. De entonces acá no he hecho más que confirmar aquella reflexión extendida, además, a muchos otros padecimientos. Hemos de partir de una base incuestionable: de las tres posibilidades básicas que tiene un fármaco aplicado a un paciente: curar, matar o cronificar, sólo la tercera aporta ingresos suculentos para la industria farmacéutica. Si me apuran hay una cuarta acción: la de producir efectos secundarios incluso a costa de curar o de paliar síntomas. También aquí hacen caja porque para combatir los temidos daños colaterales tenemos que hacer uso de otros fármacos. ¿Qué empresa mundial actúa contra su cuenta de resultados?

En 2002 las 10 mayores farmacéuticas del orbe ganaron más que las 490 restantes del ranking de las 500 mayores empresas globales, según la revista Fortune. Otro dato escalofriante es que solo 25 empresas controlan más del 50% de las ventas del sector de los laboratorios farmacéuticos a escala mundial. Los accionistas e inversores de esta industria, la más rentable del mundo, por delante de las armas y las tecnologías, son muy exigentes con el retorno de sus inversiones por lo que términos como ética o responsabilidad social no forman parte de su vocabulario.

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La investigación de nuevos fármacos, en cualquier área de la salud, solo pueden realizarla las grandes empresas del sector por cuanto su coste y duración son elevadísimos. Es cierto que universidades y hospitales colaboran activamente en las investigaciones pero necesariamente son financiadas por la industria, y la industria trabaja con las ratios de probabilidad de retorno más favorables. Por eso apenas hay tratamientos para las enfermedades raras porque el número de “clientes” no lo justifica, Así de duro, así de dramático, así de criminal.

Ahora estamos en una encrucijada preocupante: muchas bacterias han comenzado a presentar resistencias a los antibióticos existentes como consecuencia de un uso excesivo y a veces descontrolado de ellos. Y lo malo es que no solo paga las consecuencias quien abusa de los antibióticos sino también quienes los utilizamos con prudencia y buen tino, porque las bacterias se hacen resistentes tanto para las personas que tomaron antibióticos ante un simple dolor de cabeza o un estornudo como para quien sólo se los administra en caso imprescindible y bajo control.

¿Y qué ocurre con los posibles nuevos antibióticos? Pues que su investigación está casi paralizada porque al ser fármacos de uso restringido y corto en el tiempo no generan ventas continuas por paciente. ¿Dónde está pues el negocio? Como en cualquier otro sector en “fidelizar al cliente”. El cliente más fiel de la industria farmacéutica es el enfermo crónico: diabético, hipertenso, portador de VIH, arrítmico, con Parkinson, Alzheimer y otros muchos. Contando con una numerosa clientela cautiva por todo el planeta, ¿a quién le interesa arriesgar en inversiones éticas, solidarias o humanitarias? Sandeces. Ergo, ¡cúrese quien pueda!

(*) Por Luis-Domingo López. Emitido hoy por Onda Cero Marbella.