El sida como negocio
El próximo domingo, 1 de diciembre, se celebra el día internacional de la lucha contra el sida. Edificios singulares de medio mundo, pantallas de televisión y solapas de chaquetas se llenarán de lazos rojos. Volveremos a oír que la mejor vacuna es la prevención pero revisemos telegráficamente la historia del sida.
En 1981 aparecieron los primeros casos en Estados Unidos. En 1984 los científicos Montagnier y Gallo aislaron e identificaron al VIH como causante del sida. En 1987 empezó a comercializarse el primer antirretroviral específico: la Zidovudina, del hoy poderoso grupo farmacéutico GlaxoSmithKline; en los años siguientes fueron apareciendo lentamente otros de la misma familia. Con ellos se conseguía detener la enfermedad por un tiempo hasta que se generaban resistencias y los afectados morían. En 1996 hubo un avance cualitativo importante con una nueva familia de antivirales inhibidores de la proteasa. Apareció en escena el “coctel de fármacos”: mínimo tres, máximo los que el cuerpo aguante. Ello minimizó el riesgo de presentar resistencias.
Hoy, 32 años después de la aparición de la pandemia, 29 de la identificación del virus, 26 de la comercialización del primer antiviral y 17 de la instauración del “cóctel”, coexisten en el “mercado” 20 fármacos fabricados por nueve grandes grupos farmacéuticos. Salvo complicaciones, o retrasos en el comienzo de los tratamientos, las personas portadoras del VIH no desarrollan sida pero han de tomar de por vida su “combinado de colores”. Ni se mueren, ni se curan; han pasado a la categoría de enfermos crónicos, o por decirlo de otra forma, de consumidores cautivos. Los tratamientos hacen indetectable el virus en la sangre, -desaparece-, pero lo mantienen a buen recaudo en unos misteriosos “reservorios”. Si se interrumpe la medicación, los virus latentes despiertan, salen de su letargo y se multiplican por el torrente sanguíneo a billones. El VIH parece un virus muy dócil: con bandera roja ni sale de su garita, con bandera verde, ancha es Castilla.
Este no es un artículo científico ni lo pretende. Pero como economista entiendo bastante de cuentas de resultados empresariales. Por definición, toda empresa tiende a su crecimiento como cualquier ser vivo y debe aportar valor a sus accionistas. Los bancos comerciales obtienen beneficios por la intermediación financiera. Las grandes cadenas de distribución por la venta de millones de productos a través de sus centros comerciales. La industria farmacéutica por la venta de medicamentos. ¿Quiénes son sus consumidores?: mayoritariamente los enfermos, porque los que mueren pasan a engrosar la cuenta de resultados de las funerarias y los que se curan las de los bares y restaurantes. ¿Quiénes son los clientes mejor “fidelizados” de la industria farmacéutica?: los enfermos crónicos. ¡El filón! No ha de resultar fácil tirar piedras contra el propio tejado. Insisto, el “target” del sector farmacéutico son los enfermos crónicos, ese difícil equilibrio entre no dejar morir pero tampoco curar, puesto que ambos extremos acaban con las ventas.
A estas alturas de la película se sigue sin saber a ciencia cierta cuál fue el origen del VIH. Parece que proviene del mono, como el anís. Se cree que hay unos 34 millones de portadores en el mundo. Los que van muriendo porque les llega la hora se compensan con los nuevos contagiados: las gallinas que salen por las que entran. Admitamos que sólo la mitad viven en países con cobertura farmacéutica pública, a través de ONG o de aseguradoras; su edad media es de 35 años; la esperanza de vida de otros 35; el precio medio del “cóctel” es de 6.000 € año. No busquen datos para contrastar estos; la información es inabarcable y contradictoria. Para el propósito de este artículo da igual variaciones de hasta un 50%, pero: 17 millones de “consumidores fidelizados”, por 6.000 euros, arroja una facturación de 102.000.000.000 € anuales; sí han leído bien: ciento dos mil millones de euros. En 35 años de esperanza de vida garantiza una venta a precios actuales de tres billones quinientos setenta mil millones de euros. ¿Curar el sida? No gracias. ¿Estoy acusando a alguien? En absoluto. Es sólo el peculiar diseño de mi lazo rojo.
Luis-Domingo López. Vicepresidente de Horizonte Proyecto Hombre Marbella. Artículo publicado ayer (24-11-13) en la edición impresa del Diario SUR.