El trabajo como factor de producción (*)

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

(*) Por Luis-Domingo López, publicado hoy en la edición impresa del Diario SUR.

Empleos precarios, trabajos basura, reforma laboral salvaje y otros términos de análogo significado resuenan en foros, debates, tertulias y declaraciones de procedencias varias. Mucho me huelo que los mismos que critican la situación del mercado de trabajo van buscando enloquecidamente las gangas en todas sus elecciones de bienes y servicios; incluso más de uno comprará sin rubor productos ilegales a esclavos de mafias internacionales. No haré muchos amigos con la reflexión de hoy pero conviene ver los distintos aspectos de la realidad en su conjunto si en verdad presumimos de coherencia.
El trabajo, tal como lo conocemos hoy, unos cuantos siglos después de aquella organización sencilla y arriesgada de salir a cazar el hombre mientras la esposa cuidaba de la prole, es antes que nada un factor de producción, como lo es el capital, la tierra (concepto ya bastante superado), los inmuebles, las instalaciones, la tecnología o las materias primas. Se diferencia de estos otros factores en que aquel, el trabajo, está ejecutado por personas que se sirven de él como modo de vida: dan su tiempo, conocimientos, habilidades y experiencias a cambio de un salario que les permitirá ahorrar, invertir y consumir, es decir, realizar su proyecto vital. No sólo son personas quienes venden su trabajo, sino también quienes lo compran: los empresarios; pequeños emprendedores con un par de trabajadores o grandes multinacionales gestionadas por sesudos consejos de administración y financiadas por millones de accionistas anónimos, también personas.
El objetivo de todo empresario, grande o pequeño, es maximizar el beneficio: concepto económico, no social ni político, que se produce cuando los costes marginales igualan a los ingresos marginales, lo que, por simplificar, supone haber alcanzado el equilibrio entre todos los factores, el nivel de producción y los precios del mercado. Todo trabajador por cuenta ajena tiene la posibilidad de convertirse en empresario o autónomo. Ese simple cambio en su posición le hará ver las cosas desde otra perspectiva.
El consumidor busca optimizar su utilidad comprando con la mejor relación posible calidad/precio. El trabajador persigue la mejor ratio entre el coste de su inversión en formación y el retorno de ese coste por la vía de los sueldos periódicos que recibe. El contratante o empresario pretende la máxima productividad de todos sus factores puesto que para ello ha aceptado asumir riesgos. Las administraciones públicas, por su parte, no son neutrales ni dejan actuar libremente: le detraen al consumidor una parte de sus transacciones, vía IVA y otros impuestos indirectos, al trabajador le muerden una porción progresiva de su sueldo, y al empresario, aunque cueste reconocerlo, también le fríen a impuestos de diversa naturaleza. Con ellos redistribuyen la renta y riqueza del conjunto de un país tratando de nivelar los desequilibrios no buscados: pobreza, enfermedad, educación, justicia, pensiones, o infraestructuras. El papel de las entidades del tercer sector, el social, será tratado en un próximo artículo.
Este moderno modelo de organización económico-social alcanzó su máximo desarrollo, y posiblemente su mayor equidad, durante el casi medio siglo que va desde 1960 a 2008, con las lógicas diferencias geográficas y siempre refiriéndonos al mundo occidental desarrollado. Pero como todo modelo complejo ha de adecuarse a los cambios que subyacen en sus elementos y en el que nos ocupa no han sido pocos; para no hacer tedioso este análisis, citaré solo cinco. 1: Se ha disparado la esperanza de vida de la población, lo cual es extraordinario pero tiene sus repercusiones en el sistema. 2: Se ha prolongado la edad de incorporación al mercado laboral por un aumento de las expectativas de formación de los jóvenes. 3: Se ha encarecido la cobertura sanitaria como consecuencia de los avances en tratamientos, intervenciones y prevención, con un fuerte aumento de enfermos crónicos. 4: Hemos asistido a un desarrollo tecnológico sin precedentes con alta tasa de sustitución del hombre por la máquina. 5: Ha estallado la globalización en todos los procesos: materias primas, mano de obra y transporte, tanto de personas como de mercancías.
Podemos seguir llorando por la leche derramada pero ya no volverá al vaso. El futuro será muy distinto de lo que conocimos hasta hace pocos años. El trabajo no será un bien de por vida porque todo aquello que lo hizo posible ha saltado por los aires. La sociedad es más licuada en todos los ámbitos: relaciones, comunicación, formación, compromiso, lugar de residencia, metas y cuanto queramos añadir. Todo el tiempo y la energía que gastemos en pedir una vuelta al pasado es un costoso retraso para adaptarnos a un modelo diferente. Que nadie augure que ha de ser peor, pero sí diferente, muy diferente. Hoy cada persona es mucho más protagonista que ayer en la construcción del mundo y eso no está nada mal.