Es tiempo de carnaval
Artículo de nuestro vicepresidente que publica hoy, 17-2-14, la edición impresa del Diario SUR.
Cada tiempo trae su afán y ya nos angustia que transcurran dos meses seguidos sin algún acontecimiento especial. Los años de otros tiempos eran el transcurso de semanas de cierta monotonía solo rota por tres momentos un tanto especiales: la Semana Santa de morados y negros, música sacra y silencios impuestos; el veraneo ajustado a los posibles de cada familia, y la Navidad que empezaba no antes de la lotería y acababa justo el día siguiente a Reyes. El resto del año los días se parecían mucho unos a otros salvo el ligero cambio imperceptible en las horas de luz y noche; la primavera invitaba a cierto regocijo y el otoño a inevitable melancolía.
Los años de ahora son sucesiones continuas de pretextos para lo extraordinario que de tanto explotarlo se convierte en rutina. Cuando los equipos municipales no han terminado de desmontar la iluminación navideña ya se anuncia el carnaval. Marbella lo estrenó apenas comenzó febrero y en chirigota viviremos hasta que llegue marzo. Como en bocadillo de tres pisos lo combinaremos con la fiesta de Andalucía y la semana blanca, otro invento reciente para romper el vacío. Tendremos que andar ligeros quitándonos el maquillaje y el disfraz para que no nos coja la Semana Santa demasiado cansados: bandas, torrijas, hermandades, cofradías, procesiones, legionarios y estrenos. Como para San Bernabé quedarán un par de meses aún, aprovecharemos el puente del primero de mayo para alejar tanto tedio. La segunda semana de junio el santo patrón local nos alargará las madrugadas en la vaguada del Arroyo Primero. Y en cuanto recojan las casetas ya no debemos preocuparnos: empieza el largo verano mediterráneo y con él la ilusión de vivir en vacaciones permanentes.
Por estos sures benditos el estío recibe a octubre con sus últimos coletazos y, para que no nos entre la depresión pos veraniega, San Pedro de Alcántara acude raudo a socorrernos con otra semana de feria que casi empalma con el puente y de Todos los Santos y su tostón y sus flores. En un sinvivir de impaciencia hemos de esperar hasta el acueducto español por antonomasia: Constitución-Inmaculada y ya hasta fin de año todo será un no parar: compras, adornos, lotería, cenas de familia, comidas de empresas y amigos, excesos sin cuento que coronan las 12 campanadas para volver a empezar esa huída imparable de lo cotidiano.
Las redes sociales se llenan de mensajes de gozo los jueves o viernes y de decaimiento los domingos por la tarde y los lunes. Si el trabajo es hoy un bien tan escaso, ¿cómo es posible que nos produzca tal alergia? Si estudiar es un privilegio de las sociedades desarrolladas, ¿cómo se lleva con tanta desgana? No soportamos la actividad productiva pero tampoco la calma: “me aburro” es una letanía que se oye más que nunca a criaturas que deberían estar saltando de goce por la panoplia de oportunidades ante sí. Ir al cine sin más es ahora impensable: hay que proveerse de cubos gigantescos de palomitas y bebida suficiente para saciar la sed que aquellas despiertan; las salas de cine viven gracias a ello. Las reuniones de amigos o familiares se intoxican con todo tipo de artilugios para reproducir el momento y vivirlo en pasado en lugar de hacerlo en presente y para mantenernos en contacto con quienes están pero no están en otras mesas y en otras casas también presentes ausentes. Si tenemos delante una puesta de sol, un mar de plata o un otero arbolado la atención que prestaremos será la de archivarlo en la memoria infinita de nuestra cámara-teléfono-vídeo-GPS-alarma, junto a otros momentos perdidos que también archivamos para nada.
Es tiempo de carnaval, sí, de un carnaval permanente donde vamos continuamente disfrazados de quienes no somos, tratando de epatar a cuantos se cruzan en nuestra vida ocultos también bajo máscaras intentando mostrar una felicidad de escaparate. Vivir para contarlo, para transmitir en directo nuestra vida pensando que interesa al resto al tiempo que el resto hace lo mismo. Renunciar al ahora en aras del mañana o del ayer cuando lo único que en verdad podemos vivir es el ahora. Aunque cueste creerlo, la fotografía es un invento recentísimo, y no digamos el vídeo, el teléfono móvil, internet, YouTube y las redes sociales. Vive la vida, el ahora; sin más.