LA ADICCIÓN A DROGAS DESDE UNA PERSPECTIVA NEUROPSICOLÓGICA

Fuente: Neuropsicología y adicción a drogas. Gloria García Fernández, Olaya García Rodríguez y Roberto Secades Villa. Grupo de Conductas Adictivas. Facultad de Psicología. Universidad de Oviedo. Papeles del Psicólogo, 2011. Vol. 32(2), pp. 159-165.

La adicción a drogas se caracteriza por un consumo abusivo y continuo de sustancias a pesar de las consecuencias negativas que provoca en el individuo, y una aparente pérdida de control sobre la conducta. Tal como se recoge en los criterios diagnósticos del DSM-IV-TR (2000), las personas con adicción a drogas continúan consumiendo las sustancias a pesar de tener conciencia de los problemas que parecen causados por su consumo, y además, presentan un deseo persistente o esfuerzos infructuosos de controlar o interrumpir el consumo. Estas características clínicas señalan, desde el punto de vista neuropsicológico, posibles alteraciones en los mecanismos reguladores de la toma de decisiones y del control inhibitorio.

En este sentido, se han llevado a cabo estudios neuropsicológicos y con neuroimagen con personas consumidoras de sustancias que apuntan hacia alteraciones en el funcionamiento del lóbulo frontal y las funciones cognitivas asociadas, donde el control inhibitorio y la toma de decisiones tienen un papel central (Yucel y Lubman, 2007).

Actualmente existen distintas teorías y modelos explicativos desde una perspectiva neuropsicológica acerca del inicio y mantenimiento de las conductas de uso de drogas (para una revisión crítica ver Robinson y Berridge, 2003; o el documento de consenso de la Sociedad Española de Toxicomanías, 2009). Todas ellas tienen en común la idea de que el consumo de drogas desencadena cambios neuropsicológicos y neuroanatómicos que a su vez producen una neuroadaptación funcional en las funciones cognitivas, motivacionales, conductuales y emocionales que influyen finalmente en el funcionamiento psicosocial diario y calidad de vida de las personas dependientes de sustancias. Estas funciones alteradas tienen que ver con la capacidad de atención, concentración, integración, procesamiento de la información y ejecución de planes de acción. Además, estas modificaciones actuarían como variables mantenedoras dentro de un modelo explicativo biopsicosocial más amplio e ideográfico de la adicción.

Se han generado varios modelos neurocientíficos de las adicciones, que han relacionado distintos mecanismos y factores subyacentes para explicar el origen y mantenimiento de las adicciones. Estas teorías han tratado de asociar las manifestaciones comportamentales observables en las adicciones con los sustratos neurobiológicos que los sustentan

Por un lado, los modelos clásicos han enfatizado el poder reforzante a corto plazo de las sustancias y el papel de la tolerancia, dependencia y evitación del síndrome de abstinencia en el mantenimiento del consumo a largo plazo (Koob y Le Moal, 2001). Por otro lado, las alteraciones que producen las drogas en los sistemas que regulan el aprendizaje y la memoria, influyen en las estructuras que regulan el condicionamiento clásico y el aprendizaje de hábitos, facilitando que el consumo de drogas se desencadene automáticamente a partir de la exposición a señales asociadas a las drogas (Everitt, Dickinson y Robbins, 2001). En tercer lugar, el sistema motivacional y la sensibilización del sistema de recompensa cerebral se altera debido al consumo de sustancias, de modo que el valor motivacional de la droga se vuelve mayor que el de cualquier otro reforzador natural y se vuelve fijo, dejando de estar en función de las necesidades del organismo (Robinson y Berridge, 2000).

Además, el consumo de drogas se ha asociado con alteraciones en los sistemas frontocorticales responsables de las funciones ejecutivas, que juegan un importante papel en la toma de decisiones y en el control inhibitorio de la conducta, llevando a alteraciones en el juicio y promoviendo la impulsividad (Bolla et al., 2004). Las funciones ejecutivas constituyen un conjunto de habilidades superiores de organización e integración que se han asociado neuroanatómicamente a diferentes circuitos neurales que convergen en los lóbulos prefrontales del córtex. Están implicadas en la anticipación y el establecimiento de metas, el diseño de planes, la inhibición de respuestas inapropiadas, la adecuada selección de conductas y su organización en el espacio y en el tiempo, la flexibilidad cognitiva en la monitorización de estrategias, la supervisión de las conductas en función de estados motivacionales y afectivos, y la toma de decisiones (Verdejo-García, López-Torrecillas, Orozco y Pérez-García, 2004).

Desde el punto de vista neuroanatómico se han descrito diferentes circuitos funcionales dentro del córtex prefrontal implicadas en las funciones ejecutivas (Stuss y Alexander, 2000). Por un lado, se encuentra el circuito dorsolateral, relacionado con actividades puramente cognitivas, como la memoria de trabajo, la atención selectiva, la formación de conceptos o la flexibilidad cognitiva. Por otro lado, se encuentra el circuito ventromedial, que se asocia con el procesamiento de señales emocionales que guían nuestra toma de decisiones hacia alternativas éticas y prosociales. La actividad del circuito dorsolateral se ha asociado al rendimiento en tareas clásicas de función ejecutiva, como la prueba de Stroop (Golden, 1993). En cambio, el desarrollo de pruebas neuropsicológicas para la evaluación de los procesos de toma de decisiones vinculados al circuito ventromedial ha sido mucho más reciente y destaca el uso de tareas experimentales como la Gambling Task (GT) (Bechara et al., 2001).

De este modo, existen teorías neurobiológicas que explican la adicción a sustancias como resultado del daño y descompensación entre el sistema motivacional y el sistema ejecutivo debido a los efectos del consumo de drogas. Por una parte, el sistema motivacional, encargado de evaluar la relevancia motivacional de los reforzadores, realiza una valoración exagerada de las propiedades de las drogas y devalúa el valor de otros reforzadores naturales (p.e. comida, sexo, relaciones sociales) y, por otra, el sistema ejecutivo, encargado de inhibir conductas inadecuadas, se ve afectado por el consumo de sustancias, por lo que no es posible inhibir la conducta de consumo de drogas.

Otro modelo neurobiológico contemporáneo aplicado a las conductas de uso de drogas es el modelo del marcador somático (Verdejo-García y Bechara, 2009), en el que se explica la adicción como resultado de procesos de toma de decisiones desadaptativos para la personas que presentan problemas por consumo de sustancias. El consumo de drogas afecta a los sistemas motivacionales y emocionales encargados de la generación de marcadores emocionales (cambios vegetativos, musculares, neuroendocrionos o neurofisiológicos) que dirigen la toma de decisiones. Este sistema se altera fomentando la elección de respuestas basadas en el deseo y urgencia por consumir (que funciona como un marcador emocional desajustado para la toma de decisiones) y en base al sesgo de selección de respuesta hacia el consumo (reforzamiento inmediato) frente a sus potenciales consecuencias negativas (castigo demorado).

En resumen, parece que el consumo crónico de drogas produce alteraciones en circuitos cerebrales implicados en los procesos de recompensa, motivación, aprendizaje funciones ejecutivas y mecanismos implicados en la toma de decisiones, cambios que a su vez parecen jugar un papel importante en el mantenimiento de la adicción.