La plaga del botellón (*)

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Al comenzar a escribir esta reflexión estaba convencido de que el botellón era un fenómeno relativamente reciente por lo que su propia denominación sería meramente coloquial. Me ha sorprendido comprobar que ya la recoge el Diccionario Académico como de uso exclusivo en España y la define como  “Reunión al aire libre de jóvenes, ruidosa y generalmente nocturna, en la que se consumen en abundancia bebidas alcohólicas”. Penoso fenómeno y penosa exclusividad.

Por más clemencia que ponga en el análisis de este desventurado invento no consigo encontrarle ninguna virtud. La única justificación positiva sería que permite socializar a los jóvenes entre sí pero no parece que sean el lugar y el procedimiento más idóneos. Ese gregarismo rutinario busca, más que socializar sanamente, alcanzar cuanto antes la desinhibición para establecer relaciones de falsa euforia por medio de la ingesta rápida de bebidas alcohólicas y otras sustancias psicoactivas.

Para quien lo practica, por lo general personas muy jóvenes en pleno desarrollo fisiológico y sobre todo neurológico, no tiene ningún beneficio y sí todos los riesgos que ese consumo en forma de atracón conlleva para sus cuerpos y mentes: daños agudos y crónicos en todos los órganos digestivos, circulatorios y respiratorios, y daños irreversibles en su desarrollo cognitivo y emocional. Muchas dolencias que adultos de hoy arrastran sin explicación médica aparente son secuelas de sus noches de botellón en la adolescencia o primera juventud.

El consumo de cualquier sustancia psicoactiva, sea alcohol, cannabis, cocaína o las cada día más baratas y diversas drogas de laboratorio conlleva, al margen de lo dicho antes, un riesgo elevado de producir adicción; es decir, de sucumbir en la pérdida del control de la propia vida y caer en el horrible sufrimiento de encontrar falso consuelo al vacío sólo aumentando la dosis de consumo, llevando además al propio infierno a las personas del entorno: familia, pareja, amigos. Superar una adicción no es fácil ni breve; es doloroso, complejo, costoso y no siempre se consigue. Como en tantas desgracias que se presentan en la vida, esta es mucho mejor evitarla. Y el botellón es un perverso despacho de papeletas para caer en la sima, amén de incitar relaciones sexuales violentas y de riesgo así como embarazos no deseados.

Y para quienes no practican el botellón como sujetos activos pero sí pasivos: los vecinos de los barrios, parques o plazas donde se organizan, el botellón es sencillamente una tragedia. Es vivir en el pánico diario de esperar al próximo fin de semana donde no habrá aislamiento acústico que permita descansar hasta que los últimos individuos del rebaño escandaloso decidan abandonar el escenario de guerra entre restos de plástico, cristal, metal, orines y vómitos.

Miles de personas de toda edad y condición padecen enfermedades nerviosas como consecuencia de tener que soportar impunemente los estragos semanales de esta plaga intolerable. No, no encuentro ningún resquicio que pueda justificar el botellón. Lo considero un problema social de descomunal magnitud al que hace tiempo que quienes deben velar por el bienestar de la mayoría han vuelto vergonzantemente la espalda. Me da asco y vergüenza.

(*) Por Luis-Domingo López. Vicepresidente de Horizonte. Emitido hoy por Onda Cero Marbella.

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