No esperes a perderlo para apreciarlo

El objeto más complejo y desarrollado de cuanto existe

Artículo de nuestro Vicepresidente publicado ayer en la edición impresa del Diario SUR

Somos una auténtica maravilla de la evolución pero, como casi todos los productos, llevamos algún defecto de fábrica. Nuestro cerebro, con un peso de poco más de un kilo, es el objeto más complejo y desarrollado de cuanto existe. Es el órgano humano con más misterios aún para la ciencia a pesar de que cuanto pensamos, sentimos y hacemos, a escala individual y social, tiene su origen en él. El alma está en el cerebro, el corazón no es más que un músculo, muy trabajador pero un músculo al fin. Cuesta entender que dediquemos tanto análisis a los efectos de nuestras decisiones y tan poco a sus causas: conceptos tan fundamentales como el libre albedrío y, en consecuencia, la responsabilidad de nuestros actos no han llegado a un consenso científico por el momento.

Pero hoy quiero quedarme en un aspecto pequeño, aunque muy cotidiano, sobre el funcionamiento de nuestro órgano rector: la dificultad de valorar aquello que tenemos, desde el agua corriente hasta un gran amor. A lo largo de una jornada cualquiera podemos disfrutar de una inacabable sucesión de pequeños motivos de regocijo de los que sólo tomamos conciencia cuando nos faltan. Por eso conviene pensar activamente en ello para no quedarnos solo en la añoranza al perderlos.

Abrir un grifo y que salga agua potable representa una comodidad de tal calibre que sólo se puede comprender cuando padecemos un corte de agua algo prolongado. Lo mismo puede decirse de disponer de luz mediante un simple clic en un interruptor; y calor, y frío, y decenas de aparatos que nos facilitan enormemente la vida diaria: frigorífico, lavadora, microondas, aspirador, cocina, agua caliente e innumerables etcéteras. Los tenemos tan incorporados a nuestra rutina que sólo somos conscientes de su enorme aportación a nuestro confort cuando fallan: entonces lo vivimos como un problema difícil de asumir.

Para muchas personas hoy sería inimaginable un mundo sin teléfono móvil, sin GPS, sin Internet o sin correo electrónico, a pesar de que en términos históricos hace apenas un instante que ni existían ni los imaginábamos. De hecho el teléfono con cable tiene menos de 150 años. El automóvil, el avión o el tren de alta velocidad llevan entre nosotros muy poco y ya no somos capaces de intuir un mundo sin ellos. ¿Los valoramos cuando nos sirven o sólo los echamos de menos cuando nos fallan?

Pasando a un terreno más inmaterial nos ocurre lo mismo con otros bienes menos tangibles: la salud, el amor, la amistad, el trabajo o la compañía. Nos desespera la conducta de nuestros más próximos, derrochamos energía y tiempo discutiendo cuestiones totalmente accesorias, nos empeñamos en querer modificar el carácter y el comportamiento del otro, sin darnos cuenta de que es justamente en la diferencia donde está el enriquecimiento mutuo. Consumimos media vida laboral en quejarnos de jefes, colaboradores o colegas y de las duras exigencias del puesto de trabajo, pero lo extrañamos enfermizamente cuando lo sustituimos por las dramáticas filas ante la oficina del desempleo. Lloramos a las personas que se nos van de este lugar pero no las gozamos mientras estuvieron aquí. ¿Qué decir de la vivencia de salud? Jamás nos paramos a repasar los distintos órganos, huesos, músculos o centímetros cuadrados de piel que nos envuelve sintiendo que todo está en su lugar, que funciona a la perfección, que nos permite realizar nuestra actividad a las mil maravillas. Sólo los percibimos cuando nos duelen, fracasan, o más aún, cuando se malogran.

En los momentos que vivimos hay otro bien que está de actualidad por el patético sufrimiento que está produciendo su pérdida violenta: la vivienda. Mientras la poseemos le encontramos todas las pegas: es pequeña, oscura, ruidosa, no tiene vistas… ¿Se piensa lo mismo cuando se pierde por un desahucio, una inundación o un incendio? Entonces se recuerda como suficiente, luminosa, tranquila y apacible. Y un paso final hacia lo más prosaico: el dinero. Sólo quien no puede pagar el recibo de luz o de agua, quien apenas puede adquirir los bienes básicos de subsistencia tiene conciencia de su verdadera utilidad.
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Intentemos volitivamente atenuar las tristes consecuencias de este defecto de fábrica: reparemos cada día en todo cuanto la vida pone a nuestra disposición y seamos plenamente conscientes de esta vasta riqueza. Apesadumbrarnos por lo que nos falta, nos hace más pobres.

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Luis-Domingo López

Vicepresidente de Horizonte Proyecto Hombre Marbella