Odiar perjudica gravemente la salud (*)

transición

Siento una mezcla de sorpresa, preocupación y temor cuando observo las cada día más frecuentes manifestaciones de odio y venganza procedentes de personas relevantes y advenedizas de la política y adyacentes, mayoritariamente jóvenes, entendiendo por tal quienes no han vivido en primera persona los espeluznantes años de guerra civil, posguerra y dictadura patrias. Recuerdo el período de la Transición como años de jubilosa explosión de libertad, ilusión, reconciliación y fe en el futuro común, a pesar de los casi cotidianos actos terroristas que ensangrentaron aquel tiempo de esperanza.

La decisión de perdonar es una de las grandes oportunidades que los humanos tenemos para hacer uso mayúsculo de nuestra Libertad. Hacer borrón y cuenta nueva de una ofensa o daño es una decisión íntima que debe ser elaborada desde la porción más evolucionada de nuestro cerebro que nos diferencia de las especies predecesoras. Es una cualidad profundamente humana, además de definitivamente liberadora. El resentimiento nos encadena a la ofensa recibida o sentida pues no siempre la intención del ofensor coincide con la percepción del ofendido. El perdón nos hace libres rompiendo esa atadura.

El resentimiento o el odio son emociones que sólo dañan a quien las guarda porque, al igual que el perdón, son íntimas y personales, no flagelan o castigan a quien la originó en nosotros, por tanto es un daño “reflexivo” en el sentido gramatical de que sujeto y objeto coinciden. En el fondo, a quien perdono o niego perdón es a mí mismo puesto que nadie puede herirme sin mi consentimiento. En el resentimiento hay un lamerse la herida, un masoquismo pecaminoso, una cobardía, un temor a hacer uso de la libertad de crecer y ser autónomo porque el rencor encadena al igual que su contrario, el perdón, libera.

perdonar

Los animales no pueden perdonar, simplemente olvidan o quedan atados para siempre a una situación traumática. Los seres humanos hemos de trabajar esa potencia innata de superar el daño u ofensa que el prójimo pueda producirnos espontánea o intencionadamente. Disponemos de la gran oportunidad de mirarnos hacia dentro y pasar lista a los resentimientos, a las ataduras, y comprobar que nos siguen doliendo cuando las evocamos; no sólo emocionalmente en ese momento: están minando de forma silenciosa y persistente nuestra salud. ¡Cuántas enfermedades graves tienen su origen en un conflicto emocional!

Revisemos nuestros posibles rencores visibles o escondidos. Hagamos un trabajo de superación para ir sublimándolos con generosidad sincera. No olvidemos que no es el destinatario de nuestros resentimientos quien sufre el daño sino exclusivamente nosotros mismos, en cuerpo y mente. Concluiré con un disparate: perdonemos aunque sólo sea por puro egoísmo. Por higiene.

(*) Por Luis-Domingo López. Emitido hoy por Onda Cero Marbella.