Poderoso caballero (*)
Sí, poderoso caballero es don dinero. Lo estamos comprobando con rubor estos días. La Europa de los valores, valores morales no económicos, no solo paga con dinero a países en desarrollo para poder seguir contaminando a mansalva, sino que ahora, en un alarde circense de más vergonzoso todavía, paga con dinero a un país que llama a las puertas del exclusivo club para que le mantenga limpio de parias sus confortables locales. Turquía se convertirá así, por un puñado de monedas, en un gran muro contra el que se estrellarán quienes huyen de las bombas y de la barbarie, apoyada a su vez por Occidente.
Me repugna la demagogia y con este tema es muy fácil caer en la tentación. Critiqué en su día ese movimiento populista de fin de semana por el que llegaron a abrirse listas municipales para que se inscribieran aquellas familias dispuestas a acoger refugiados en sus casas. Esa, sin duda, no era la medida. La solución no es fácil ni puede ser rápida pero llevamos demasiado tiempo conociendo este problema como para que quienes tienen la capacidad y el mandato de diseñar estrategias globales ante emergencias humanas, hubieran encontrado remedios que armonizaran la dignidad de las personas migrantes con el normal funcionamiento de los países de acogida. Para eso nos cuestan lo que nos cuestan. En las grandes dificultades es donde ha de aflorar el liderazgo: gestionar lo rutinario va en el sueldo, liderar lo extraordinario va en la misión.
Un segundo aspecto en el que don dinero nos abofetea es el escándalo de dopaje de una número uno del tenis mundial: María Sharapova. No es la primera vez que me revuelvo ante esa perniciosa búsqueda de récords en muchas disciplinas olímpicas y deportivas en general. Someter al organismo a la acción de sustancias que momentáneamente le hagan más potente o más veloz no es menos pernicioso que tomar unas copas antes de una relación para perder la timidez. La trampa del dopaje prostituye la grandeza del esfuerzo, el entrenamiento y la disciplina propios del deporte. Y me presumo que esa trampa no existiría si no hubiera mucho dinero detrás.
Nuestros grandes deportistas de hoy son hombres y mujeres anuncio. Los contratos de imagen superan con creces, en la mayoría de los casos salvo estrellas muy concretas del fútbol, las retribuciones derivadas del propio deporte. De hecho, en el caso de la rusa parece que su mayor disgusto proviene de la pérdida de patrocinadores. Nike, Porche y otras marcas de prestigio mundial le dan la espalda porque no quieren que se asocien sus reputados productos a conductas traposas. Pero tampoco les gusta apoyar a quienes no ganan título tras título, y lo uno lleva a lo otro. Para conseguir patrocinios hay que ganar, para ganar hay que hacer lo que sea, incluso doparse, y si se descubre el pastel, se cae el castillo de naipes.
Aquí nadie es inocente: ese veneno de ganar a toda costa lo vemos incluso en partidos supuestamente amistosos de benjamines, alevines o infantiles. Así se va tejiendo la red perversa. Así vamos construyendo una cultura de ganadores frente a perdedores al margen del precio pagado para ganar y del daño causado a quienes pisoteamos. Ganar, lo que se dice ganar, solo gana quien puede vivir en armonía con su conciencia, ganándose a sí mismo cada día en un proceso continuo de aprendizaje y crecimiento compartido con quienes libremente decidan acompañarnos. Eso sí es ganar sin trampas.
(*) Por Luis-Domingo López. Artículo emitido hoy por Onda Cero Marbella.