Tiempo de balances (*)

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Por Luis-Domingo López, emitido hoy por Onda Cero Marbella

 

Reconozco que cuando llega diciembre los periódicos y los programas audiovisuales nos ceban con balances de los hechos cruciales del año que se despide y llegamos a sentir empacho de tanto resumen empaquetado. Por si no fue suficiente con el latazo de repeticiones de aquellas noticias que fueron titulares en su momento, en las vísperas del turrón y el mazapán tenemos que volver a tragar lo que ya intuíamos digerido. Por eso, no pretendo que este balance lo sea en el sentido de un inventario de elementos de activo y pasivo, bienes por un lado y desgracias por otro. Más bien quisiera compartir una visión distinta, un flash humano de este 2014 que comenzamos con un rey y lo acabamos con otro.

 

Desde el ángulo del que suelo ocuparme en mis gratas visitas quincenales a estos micrófonos, el social, intuyo que ha sido la constatación de que el testarazo que nos volvió del revés hace un sexenio largo no nos ha servido para mucho, más bien creo que para nada. Cuando vivimos los turbadores días de pánico en el otoño de 2008, abierta ya en canal la crisis gestada un año antes, tuve la vana esperanza de que de aquel tsunami saldríamos renovados. Supuse que la fiebre consumista y depredadora daría paso a un modo de vida más sostenible, basado en el uso prudente y adecuado de los recursos, de todos los recursos. Soñé que aquella sociedad entregada orgiásticamente al usar y tirar recuperaría de nuevo el más saludable usar, cuidar, reparar y reciclar. ¡Cuánto erraron mis predicciones!

 

Insisto en que no me refiero solo a los objetos, sobre todo a los tecnológicos, que también. Me refiero al estilo de vida en lo hondo. Del pasado solo podemos vivir recuerdos y consecuencias. Del futuro apenas proyectos que raramente se cumplirán. Es el presente el único que nos permite vivir, ser. Nuestro cerebro, incluso el de las mujeres en contra de lo que se cree, solo puede ocuparse de una cosa a la vez. Para gestionar dos tiene que estar cortocircuitando continuamente su atención. ¡Y somos tan incapaces de concentrarnos en una sola cosa! Si estamos en un lugar extraordinario no lo saboreamos, pretendemos guardarlo en la memoria de nuestros aparatos móviles para disfrutarlo en otro momento ya virtual o mostrárselo a otros que no tendrán el más mínimo interés en ello porque a su vez insistirán en asaetearnos con las instantáneas de su propio pasado.

 

No hemos aprendido, quizá nadie nos lo ha enseñado, que cada momento de nuestra vida es irrepetible. Que los hijos nunca volverán a ser bebés o adolescentes, que los abuelos pueden desaparecer cualquier día, que el amor de pareja no tiene por qué ser eterno, que esa charla entre amigos de esta tarde puede resultar la más sublime. Quedan más de 500 horas de este 2014. Abracémoslas como si fueran a ser las últimas; intentemos en estos 21 días restantes para volver a cambiar el calendario degustar cada momento, compañía, circunstancia. No nos lamentemos por lo que pasó o dejó de pasar, no nos atormentemos barruntando lo que vendrá. Dejemos que la vida nos viva. Nosotros tampoco somos seres de usar y tirar; sí de usar, cuidar, reparar, reciclar.