Voluntariado como estilo de vida (*)

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(*) Por Luis-Domingo López, publicado hoy en la edición impresa del Diario SUR.

En Andalucía disponemos de dos leyes que regulan el voluntariado, una a escala nacional y otra aprobada por el Parlamento regional: de 1996 la primera y de 2001 la segunda. Ahora se debate en el Congreso de los Diputados una nueva norma que actualice la de hace 18 años. Pero no es del aspecto legal del que quiero ocuparme hoy a pesar de ser importante y de obligado cumplimiento tanto por parte de las personas que realizan alguna acción voluntaria organizada como de las entidades de voluntariado en las que participan. Estas líneas pretenden recoger la esencia, el núcleo y fundamento de lo que significa hacer voluntariado.
De tres breves testimonios podemos beber para comprender la auténtica naturaleza del trabajo voluntario. Los tres proceden del orbe católico pero los traigo aquí exclusivamente como fuentes de inspiración y no como doctrina dado mi agnosticismo. El primero aparece en una de las cartas de san Pablo: “Si das a tus hermanos todo cuanto tienes pero no les das amor, nada les das” (cita no textual). El segundo es una reflexión de san Juan de la Cruz a una de las monjas que trabajaba con él en un “comedor social”: “Juana, sólo por amor los pobres te perdonarán la jarra de caldo que les das cada día”. El último pertenece a tiempos más recientes y se le atribuye a Teresa de Calcuta: “Si miro a la masa no actúo nunca, si miro a una persona, sí”.
Tendemos a creer que la persona voluntaria debe recibir motivación y gratitud por dedicar un tiempo de su vida a prestar ayuda a los demás. De hecho así lo establecen las leyes obligando a las entidades de voluntariado a reconocer y facilitar la acción voluntaria. No está demás que se haga pero no debe ser la razón por la que alguien decida su práctica. Hacer voluntariado es un privilegio y quienes reciben el servicio y la ayuda de las personas voluntarias: enfermos, ancianos, niños, jóvenes, dependientes, indigentes y otros seres en situación o riesgo de exclusión y vulnerabilidad son quienes en realidad han de ser objeto de gratitud y reconocimiento por permitirnos penetrar en la totalidad o en una parte de sus vidas y de su dignidad para prestarles algún tipo de auxilio o consuelo.
Tuve la suerte de descubrir hace más de cinco años la grandeza del Voluntariado y sólo lamento no haberlo experimentado antes. En todos los enfoques sobre necesidades y logros de la persona, la autorrealización es el más elevado y no creo que exista una vía más completa y eficaz de alcanzarla que la actividad de voluntariado, entendido como un acto libre de amor incondicional. Libre porque es incompatible con cualquier exigencia impuesta, aunque no debe descartarse como posible camino de encuentro con esta actividad si una vez comenzada se descubre su verdadero valor; la libertad no invalida la exigencia de cumplir el compromiso adquirido. De amor por lo ya dicho: si no hay amor, hacia uno mismo y hacia los demás, estamos en la senda equivocada. Y conviene que sea incondicional porque lo que se recibe a cambio, que es muchísimo, ha de venir sin esperarlo; si decido incorporarme a alguna acción voluntaria pretendiendo resolver un problema de soledad, salud o aburrimiento me perderé lo mejor de la experiencia.
Es fácil y cómodo excusarse en que todas las necesidades humanas han de ser cubiertas por los poderes públicos. Hemos creído que el neonato estado de bienestar ha de ser infinito y universal, lo cual es completamente imposible: el sistema se basa en la detracción de una parte de la renta y riqueza de quienes la perciben o poseen para nivelar en lo posible, y siempre en términos, conceptos y cuantías opinables, las carencias de otros. Su desiderátum llevaría a la pérdida de cualquier estímulo para esforzarse en generar riqueza: si todo nos es dado para qué ganar el pan con el sudor de la frente. Por tanto, siempre habrá causas que satisfacer por medio de la redistribución no coactiva, de la solidaridad horizontal, basada en la convicción moral de que las personas somos sujetos de derechos pero también de obligaciones, y no es menor, aunque no se recoja en ordenanza alguna, la de repartir entre nuestros semejantes aquello de lo que por azar, o por esfuerzo, gozamos: salud física y mental, amor, tiempo, ternura, talento, habilidades o bienes materiales.
El Voluntariado, así sentido, puede convertirse en un auténtico estilo de vida, sin necesidad de renunciar por ello al goce de los sentidos, de la convivencia y de cuanto la Naturaleza nos brinda gratuitamente, es un plus.