Apresados entre la bella mentira y la cruda amenaza
Hubo un tiempo, ya lejano, en que las relaciones entre las personas normales y las empresas o instituciones era más o menos sencilla o compleja dependiendo del asunto que se tratara. A cada lado de una ventanilla o mostrador había uno o más seres humanos que intentaban resolver un problema o atender una necesidad. Por lo general, a nadie le habían puesto alfombra roja para entrar, sin pedirla, ni le sometían a tortura una vez dentro.
Hoy las cosas han cambiado y de qué modo. Hace unos pocos lustros se crearon las facultades y escuelas de publicidad y relaciones públicas. España ha obtenido muchos premios internacionales en creatividad publicitaria. La mejor definición corta que he oído sobre la función de la publicidad es la de “gestionar emociones”. Efectivamente, los creativos publicitarios no nos proporcionan información, nada más lejos. Estudian mucha psicología del comportamiento individual y social. Conocen mejor que muchos profesionales de la mente los resortes de la conducta humana. Si de los mensajes publicitarios elimináramos las marcas nos resultaría difícil en muchas ocasiones saber de qué nos están hablando. Emplean música, frases y sobre todo imágenes que lo mismo sirven para un roto que para un descosido, para seducirnos con un coche, con una entidad bancaria o con un perfume.
Es la Arcadia de las alfombras rojas que nos promete servicio impecable, trato amoroso y satisfacción total. Confiados como niños acudimos a ese concesionario, banco o caja, a esa entidad pública (también, también se anuncian), a ese gran almacén o línea aérea, a ese paraíso eterno y… Para empezar, quien nos atiende ya nunca está solo, indefectiblemente se parapeta tras una pantalla y un teclado de ordenador; tras un “sistema”. Lo que se anunciaba simple empieza a tornarse tortuoso. Lo que parecía amable muestra su rictus agrio. Lo que se aseguraba sencillo se vuelve complejo. El mundo feliz de la Arcadia publicitaria se transforma en el universo receloso de las asesorías jurídicas que se defienden con todo un ejército de cláusulas, papeles que arrasan bosques, letra pequeña e ilegible que nos arroja al coliseo de los leones, barreras y amenazas que nos empequeñecen, nos ridiculizan y nos desnudan.
Mientras esperamos asustados ante esa máquina con un ser humano tras de sí, aún divisamos mesas, paredes y mostradores impregnados de mensajes con la promesa que nos llevó hasta allí: caras felices, cuerpos seductores, frases trampa, colores amables, promesas de felicidad, pero nos hemos topado con la verdad. Hoy apenas existe lo magro, lo fetén: estamos apresados entre una promesa irresistible y una respuesta insoportable: la promesa de los creativos publicitarios y la amenaza de los garantes invisibles que se aseguran de que siempre llevaremos las de perder.
Luis-Domingo López, artículo que se emite hoy, 15-1-14, por Onda Cero Marbella
curra
16 enero 2014 @ 15:15
Y entonces, que hacemos con los publicitarios que hacen su cometido a la perfeccion?? Ojala pudieramos esperar resultados parecidos en las instituciones defensoras del consumidor.
Jose
16 enero 2014 @ 18:05
No somos la prioridad para los bancos, no nos dan servicios: nos los cobran. Nosotros no somos la estrella. Nosotros no somos la luz. La energía no está en nosotros. La publicidad vende….y engaña.