La injusta exclusión de inocentes

 

A nuestros mayores les exigimos un total dominio de las NTICs pero poco jóvenes serán capaces de describir esta imagen
A nuestros mayores les exigimos un total dominio de las NTICs pero poco jóvenes serán capaces de describir esta imagen

Junto a los genes y la vida misma los progenitores han transmitido los conocimientos y las habilidades a su prole durante siglos. De forma directa en la antigüedad y por medio de la instituciones creadas al efecto en tiempos modernos. Saliendo del ámbito familiar los maestros han transmitido el saber a los discípulos o los profesores a sus alumnos. En las culturas orientales y tradicionales este patrón continúa muy vigente. Pero, ¿qué ha ocurrido en Occidente en un lapso minúsculo de tiempo histórico?

La revolución industrial del siglo XIX obligó a generaciones enteras de agricultores, ganaderos y artesanos a adecuar sus vidas a la nueva realidad de trabajo en serie y empleo masivo de la máquina. El ritmo de adaptación permitió entonces que el cambio se llevara a cabo sin ruptura. La aparición de la electrónica en el siglo XX hizo pensar que nos hallábamos ante una evolución relevante que pasó a denominarse desarrollo tecnológico, modificando incluso algunos fundamentos de la propia Economía.

Pero aquel embrión se nos ha desmadrado: la ciencia y la técnica ya no están al servicio del hombre sino que este es esclavo e instrumento de aquellas. Como fenómeno sin precedentes hemos llegado en maratón a un estado en el que las criaturas que apenas balbucen una frase manejan con inopinada soltura útiles de uso diario en hogares y escuelas. Por supuesto con una soltura muy superior a la que son capaces de alcanzar sus mayores, quienes las trajeron al mundo o tienen la misión de formarlas.

A edades en las que todavía se desconocen las grandes verdades y misterios de la existencia ya utilizan, en formatos del tamaño de una cajetilla o de un reloj de pulsera, instrumentos con los que se puede obtener y divulgar más información tumbados en un sofá, en una hora, que la que no hace más de 20 años hubiera costado meses y desplazamientos en busca de bibliotecas, museos o universidades. Con sus dos dedos pulgares cualquier adolescente accede hoy a un mundo global infinito del que sus mayores ignoran casi todo y cuyos riesgos no están suficientemente evaluados.

Pero lo que me parece más injusto y pavoroso es que en menos de una generación estamos expulsando al analfabetismo funcional a millones de personas sin el más mínimo recato ni respeto. Personas que nos han dado cuanto hoy disponemos: vida, educación, paz, cultura, principios, bienestar social… Personas cuya mayoría ha superado guerras, hambre, frío y necesidad sin cuento. Personas que cuando creyeron que llegaba su otoño tranquilo, su merecido descanso, se han encontrado con dos fenómenos muy crudos: sentirse inútiles ante quienes les empujan sin pudor a un universo de tecnología despiadada y, como consecuencia de la no concluida crisis global, sustentadores del conjunto familiar en edad de trabajar. Es decir, tontos pero dando techo y comida a los listos.

Es verdad que no todas aquellas personas a quienes esta revolución de la informática y las comunicaciones les sorprendió con más de medo siglo de vida en sus espaldas se han dejado amilanar. Resulta admirable el esfuerzo ingente que muchas han realizado y siguen en ello para estar lo más al día posible en la nueva realidad, pero son legión quienes han renunciado porque se han sentido incapaces de poder correr detrás de un monstruo al que les parece imposible alcanzar. Y gracias a nuestro estilo de vida mediterráneo y un poco holgazán no hemos sido tan salvajes en el cambio de hábitos como los países mas desarrollados. Aun así, cada día se estrecha sin parar el cerco de las operaciones y trámites cotidianos e inevitables que pueden resolverse como se resolvían no hace tanto: hablando frente a frente o por medio de un teléfono con un ser humano que hablaba nuestra lengua, nos entendía y le entendíamos.

Personas que atendían a otras personas ahora fabrican y mantienen máquinas y programas que hacen la vida muy ingrata a otras. Personas que antes tenían trabajo ahora no lo tienen porque lo realiza una máquina que además les hace el vivir menos amable. Eso sí, pueden apuntarse en la oficina del paro a través de internet y recibir su prestación en una cuenta corriente de la que sacarán el dinero en un cajero automático. ¡Patético!

Artículo de Luis-Domingo López publicado hoy, 20-1-14, en la edición impresa del Diario SUR