Educar no solo es interiorizar Valores

Luis-Domingo López (*)

Este es el cuarto y penúltimo artículo de los que vengo dedicando al concepto de educación, concebido en un sentido integral. Antes de entrar en su desarrollo debo pedir disculpas por la falta de puntualidad en su publicación pero otros frentes reclaman urgencia y ya se sabe que tendemos a posponer lo importante para ocuparnos de lo urgente. Recordemos que basé el sistema educativo en cuatro pilarestransmisión de conocimientos,  formación de la persona o educación de la inteligencia emocional, interiorización de valores, y adiestramiento en habilidades sociales. Todos son necesarios pero ninguno de ellos, individualmente considerado, es suficiente.

La interiorización de valores es, de los cuatro elementos del sistema, el más complejo y el de más difícil evaluación mediante instrumentos protocolizados. Los valores, al igual que las emociones, no son sólo conceptos que puedan tratarse teóricamente en casa o en el centro escolar. Conviene hacerlo, definirlos, identificarlos, relacionarlos entre sí, en ocasiones, en un sentido de complementariedad; por ejemplo, el amor y el respeto son valores complementarios; en ocasiones, en un sentido de incompatibilidad: el egoísmo y la generosidad son valores antagónicos. Pero podemos correr el riesgo de quedarnos únicamente en las definiciones que, por muy brillantes y completas que sean no se incorporarán al ADN del estudiante. A mi juicio, la más eficaz arma para facilitar la interiorización de los valores en nuestros hijos, alumnos y jóvenes en general es vivirlos en primera persona en nuestras actitudes y comportamientos. Ellos lo absorberán por vía inconsciente e indeleble.

Hacer alarde en el seno de la familia del valor del esfuerzo, por ejemplo, y mantener en la vida cotidiana actitudes de dejación, falta de cumplimiento de los compromisos, elección de las opciones más fáciles aun cuando no sean las mejores, posturas de abandono corporal, renuncia a todo aquello que exige arrojo, transmite a los niños y adolescentes una contradicción fatal. A los adultos nos llegan mucho mejor los mensajes no verbales que los verbales, a pesar de que no solemos conceder importancia a este hecho; a los niños esto les ocurre en grado mucho mayor, y no digamos nada a los bebés, que sólo perciben nuestros mensajes a través del lenguaje no verbal.

Y lo que vale en el seno familiar, vale en el ámbito escolar y, por ampliación, en el social. Es raro el día en que no se lee o se oye la opinión cansina de que el problema de la violencia juvenil, del fracaso escolar y de la precocidad en las relaciones sexuales sin pizca de amor, el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas ilegales, se debe sobre todo a la falta de valores. ¡Cierto! Pero, ¿qué valores practicamos los adultos? ¿Qué valores presiden los noticiarios, las manifestaciones de líderes políticos y económicos, los hediondos programas de descuartizamiento personal con palmeros a discreción? ¿No se desparraman por pantallas, radios y prensa en blanco y negro y de color las consignas de la ley del más fuerte, del mínimo esfuerzo, del ande yo caliente ríase la gente, del y tú más, del poder de quien más grita y no de quien más razona? ¿Dónde pueden nuestros infantes, púberes y adolescentes beber principios morales y éticos?

Amor, amistad, solidaridad, generosidad, respeto, integridad, compromiso, confianza, coherencia, esfuerzo, trabajo, coraje, cuidado por el ecosistema… Si consiguiéramos avanzar sólo un pasito en cada uno de estos valores universales, podríamos repetir con fuerza, entusiasmo y razón el lema de los anti globalización: otro mundo es posible. Es posible, sí, pero no parece sencillo.

(*)Vicepresidente y Secretario General de Horizonte Proyecto Hombre Marbella. Este artículo sólo refleja el pensamiento de su autor.