EDUCAR NO SOLO ES TRANSMITIR CONOCIMIENTOS

Luis-Domingo López (*)

Afirmaba en el artículo anterior, publicado en esta Web el 18 de mayo: “la educación es más que la transmisión de conocimientos, más que la formación de la persona, más que la interiorización de valores y más que el adiestramiento en habilidades sociales. Es todo ello a la vez y con un enorme efecto sinérgico”. Pues bien, hoy afronto el primero de los elementos que conforman el “sistema educación”.

Todos recordamos, para bien o para mal, a algún viejo maestro de nuestros años escolares o universitarios. Aquel hombre o mujer que nos hizo amar la Geografía o la Literatura, odiar las Matemáticas o la Física, o viceversa. Si intentamos profundizar en ese recuerdo, el resultado de nuestra identificación o rechazo con determinada materia no lo es tanto por el contenido de esta, sino por la actitud, el trato, la postura, el gesto, o incluso el tono de voz de quien la enseñaba. El contenido de un área específica de conocimiento es el que es, ni alegre ni triste, ni bueno ni malo, ni fácil ni complicado. A mí me fascina la Contabilidad, cuestión nada fácil de entender por la mayoría de los mortales.

¿Qué ocurre entonces? Ocurre que el conocimiento racional de cualquier acontecimiento, hecho o saber no presupone un cambio de actitud en quien lo posee. Difícilmente un estudiante de medicina puede llegar a ejercerla sin disponer de información suficiente sobre la anatomía del cuerpo humano: los huesos, los músculos, los órganos que lo componen, el sistema respiratorio, digestivo, circulatorio, endocrino, etc., pero un excelente conocimiento de todo ello no le garantiza el éxito en el desarrollo de su trabajo. También muchos recordamos al galeno que sabía de qué padecíamos cuando éramos niños sólo con echarnos un vistazo, mirarnos la lengua y tocarnos la tripa. Sus remedios solían ser certeros e infalibles aunque no siempre agradables. Los doctores de hoy piden pruebas sin fin, revisan papeles y pantallas de ordenador con los resultados, no nos miran a la cara, no nos tocan ni apenas nos preguntan, y fallan su diagnóstico y por tanto su terapia en proporciones alarmantes.

Ha aumentado exponencialmente el caudal de conocimientos que les han transmitido en la Facultad. Disponen de tecnología diagnóstica impensable hace unas décadas. Tienen acceso a la más reciente información sobre cualquier patología a golpe de teclado en su ordenador. Asistimos a la especialización de la especialización. Ya no sólo hay, como en mi infancia, especialistas en pulmón y corazón, ahora los de pulmón se integran en el sistema respiratorio, los de corazón, a su vez, entienden de arritmias o de isquemias, de aurículas o de ventrículos, de válvulas o de arterias, pero no de todo a la vez. Hasta un órgano tan pequeño como el corazón lo han dividido en partes sin caer en la cuenta de que no sólo corazón hay uno, sino de que su casero, la persona, es también una: la misma a la que puede dolerle la espalda, la cabeza o los pies. Así, cuando prescriben la más moderna molécula para combatir el problema de su pequeña parcela no se preocupan de los males mayores que pueden ocasionar en el resto del “terreno”. Así nos va.

¿Qué tiene que ver esto con la educación? Todo. Cuando educamos a un niño, joven o adulto, debemos integrar, en todo su sistema de intereses, aquella parte del saber universal que nos toca transmitirle. En terminología educativa esto se llama “constructivismo” o “aprendizaje significativo”. Apenas nadie puede aprender a medio y largo plazo algo a lo que no le encuentra aplicación o significado. La división del trabajo fue un éxito económico de la revolución industrial en el siglo XIX, pero un fracaso en la motivación del trabajador. Probablemente todos conocéis esta vieja fábula: un curioso que veía una cadena de hombres cargados con enormes piedras sobre sus espaldas les preguntó qué hacían. El primero, sudoroso y mal encarado, le dijo que cargaba con un enorme peso; el segundo, menos agobiado, que debía subir piedra a piedra a lo alto de una colina donde otros las trabajaban; el tercero, sonriente y orgulloso, le contestó que estaba construyendo una catedral. Si sabemos que somos parte de un todo valioso, nos sentimos valiosos. Si sólo “tenemos información” de lo que estamos haciendo o aprendiendo en ese momento, nunca nos sentiremos motivados pero sí ineptos y desgraciados.

La información y los conocimientos son necesarios pero no suficientes. Si no inciden en nuestro sistema emocional resultan inútiles. De las emociones trataremos en el siguiente artículo.

(*)Vicepresidente y Secretario General de Horizonte Proyecto Hombre Marbella. Este artículo sólo refleja el pensamiento de su autor.