Paisaje y paisanaje

Parque Natural del Estrecho: municipios de Tarifa y Algeciras

Artículo de nuestro Vicepresidente, Luis-Domingo López, publicado en la edición impresa del Diario SUR del lunes, 1 de julio.

En un paso más para satisfacer mi pasión por aprender, he vivido una semana larga en Tarifa desconectado del mundo no real: sin conexión a medio alguno de comunicación impreso o audiovisual, sin teléfonos, sin Internet y sin redes sociales. Es un experimento que recomiendo vivamente a quien pueda y desee permitírselo: aporta mucho más de lo imaginable. Relacionarse exclusivamente durante 16 horas al día con uno mismo y esporádicamente con la persona de carne y hueso que te despacha una rodaja de atún de almadraba, un filetón de retinto, una cerveza fría o que te cobra el lavado del coche, es mucho más interesante de lo que cabe prever.

            Cada mínima conversación, la más nimia de las frases que uno recibe de la gente real cuando está libre de ruidos externos, recobra toda la fuerza de un mensaje simbólico que encierra la sabiduría popular. Lo que viene a confirmar la vieja afirmación bíblica de que la semilla sólo germina en tierra fértil.

           

Puerto de Algecias. El ferry a Tánger a punto de zarpar
Puerto de Algecias. El ferry a Tánger a punto de zarpar

Dejar el coche aparcado dos noches seguidas en cualquier calle de Tarifa próxima a la playa hace imprescindible su lavado con agua a alta presión para poder distinguir las ventanillas de la carrocería. Tan mecánica y simple operación puede verse recompensada con una lección de Geografía y Sociología. Un entusiasta joven de unos 30 años me atiende para cobrarme el lavado, me vende el servicio extra por el precio del normal, oferta que seguro le hará a cuantos llegan a su negocio; le comento, dado el alto precio del servicio, que aprovecha bien dos elementos del Marketing: la exclusividad (no hay más auto-lavados en el lugar) y la oportunidad (los coches allí se manchan con verdadera delectación).

            Lo reconoce con ironía y gracejo. “Eso me pasa a mí con las copas nocturnas”, me dice, “en el pueblo puedo pagarlas a cuatro euros pero aquí en el polígono me cuestan el doble por ser el local de moda”. La respuesta augura un interlocutor inteligente lo que rápidamente me lleva a inquirir de él recomendaciones de destinos locales interesantes, dando por hecho que es lugareño.  “No, yo no soy de aquí”, me aclara, “soy de Algeciras, pero llevo ocho años viviendo en Tarifa”. Gran sorpresa por su matizada respuesta. Algeciras dista 20 kilómetros de Tarifa y es la ciudad principal de la misma comarca: el Campo de Gibraltar. Algo atónito le reconvengo que siendo algecireño y, por ende, campogribaltareño, puede considerarse un local.

           

Puerto de Tarifa. Llega un ferry de Tánger

“En absoluto”, me espeta convencido, “no tenemos nada que ver”. El resto de la conversación fue un desarrollo bien argumentado de su afirmación y puedo atestiguar que ha sido una de las conversaciones más ilustrativas que he tenido en esta semana de pleno retiro. Interrumpo aquí el relato para sacar las conclusiones de interés general.

            Nos encontramos con que un joven de los que hoy denominaríamos emprendedores, dado que explota su propio negocio, europeo, español, andaluz, gaditano, campogibaltareño, está convencido de no tener nada que ver, no ya con los polacos, checos o azerbaiyanos, no ya con los vascos, navarros o gallegos, no ya con los cordobeses, almerienses o granadinos, no ya con los de Sanlúcar de Barrameda, Jerez o Grazalema, sino con las gentes de su misma comarca que viven a 20 kilómetros de distancia. ¡Esta es la España real!

           

Bahía de Algeciras vista desde la entrada por el lado Tarifa

Me sobrecogió escuchar hace años lo que dijo nuestro pionero astronauta patrio, Pedro Duque: “Desde el espacio no se distinguen las fronteras”. Sin irnos tan lejos, desde un avión comercial común, tampoco. Y los límites interiores de la Unión Europea ni siquiera se distinguen viajando en tren o en coche. Hay Parques Nacionales que abarcan más de una provincia o región por la similitud de su terreno: los Picos de Europa, por ejemplo ocupan “políticamente” territorios cántabros, astures y castellano-leoneses. Por no apartarnos del lugar del que hablamos hoy, la “Reserva de la Biosfera Intercontinental del Mediterráneo” incluye dos provincias españolas, -Cádiz y Málaga-, y varias marroquíes.

            Habrá que colegir, por tanto, que una cosa es el paisaje: el terreno, y otra el paisanaje: los pobladores de aquel. Y viniendo todos del mismo origen, ¿cómo es posible que hayamos cambiado tanto en función del hábitat? Me temo que la lucha contra la xenofobia no augura resultados prácticos a corto plazo. No ya nos consideramos diferentes al de raza o color de piel distinta a la nuestra, es que “no tenemos nada que ver” con quienes mantenemos todas las semejanzas escrutables. Está claro: el bosque no nos deja ver los árboles. Desde lo alto parecen todos iguales, al acercarnos vemos que cada uno tiene su peculiaridad.

[box] Mi retiro ha dado para mucho más: tiempo al tiempo.[/box]