Perrhortelanismo (*)

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(*) Por Luis-Domingo López. Artículo publicado ayer, 2-6-14, en la edición impresa del Diario SUR.

No la busquen en la última edición del Diccionario Académico: esta palabra no aparece. Es de fabricación propia pero lo que describe sí que abunda generosamente. Propongo esta definición: “Perrhortelanismo. (m). Hábito muy arraigado que consiste en no realizar el más mínimo esfuerzo para resolver uno o más problemas pero impedir a brazo partido que cualquier otra persona de buena voluntad pueda siquiera intentarlo”. De su formación se colige que “perrhortelanista” será pues quien se afane con fruición en la práctica de dicho hábito.

Como todo el mundo sabe, el proverbio del que procede esta palabra que hoy presento en sociedad, viene a decir “eres como el perro del hortelano que ni come ni deja comer”, y está basado a su vez en la obra homónima de Lope de Vega que está a punto de cumplir 400 años y que fue llevada a la gran pantalla por Pilar Miró en 1996. Pero faltaba la palabra y aquí la tenemos. Desconozco si es tradición universal o propia de nuestro maltrecho solar patrio. Más confío en lo primero dado que ni para los vicios somos originales.

Se da en el mundo de la empresa, de la política a todas las escalas, del grupo de iguales, incluso anida en las familias. De su desmesurado éxito nos viene tanta penuria, mediocridad e infortunio. Podemos ser testigos durante años, casi sin apercibirnos, de cualquier problema o dejación: edificios abandonados, necesidades no atendidas, espacios desaprovechados, en fin, la lista es interminable. No hay como que una persona o entidad ponga su mejor vocación en acabar con el problema para que un ejército de parásitos en formación salga de sus escondites y den lo mejor de sí mismos para impedir tal intento. Suelen aducir que ya venían trabajando en ello pero al paso del tiempo pronto se comprueba que todo sigue igual y que nadie ha vuelto a preocuparse de aquello que se quiso resolver porque es verdad que se le coge antes a un mentiroso que a un cojo; perdón por los términos políticamente incorrectos, pero no me veo diciendo que se da alcance antes a una persona que falta conscientemente a la verdad que a otra que presenta diversidad funcional en las extremidades inferiores.

Igual puede aplicarse al local desvencijado y ruinoso de un faro que ya no requiere farero, que al socorro de un sector de población con necesidades especiales que no recibe la más mínima atención de los servicios públicos pertinentes. Resulta más legal no prestar un servicio básico y perentorio que tratar de hacerlo de forma bienintencionada con los recursos disponibles. Si un pueblo entero no tiene centro de mayores, por ejemplo, no pasa nada. Pero como a algún vecino se le ocurra ceder su propia casa para darles cobijo y entretenimiento durante unas horas al día, una legón de inspectores de todos los ministerios, consejerías y delegaciones cursarán requerimientos y exigencias para que ese espacio cedido disponga de salida de incendios, bocas de riego, aseos adaptados para personas discapacitadas, disponibilidad de libros en todas las lenguas cooficiales, señalización de emergencias, ascensor de subida y bajada, certificados de sanidad, de manipulador de alimentos por si algún anciano se lleva su bocadillo, plan de aplicación de la ley de protección de datos, desfibrilador y plantilla de personal experta en primeros auxilios, en fin, todo aquello, todo, de lo que carecen la mayoría de los edificios públicos. Le apoyarán económicamente al menos. ¿Qué? De eso nada, tendrá que darse de alta como autónomo, pagar IBI, IVA, IAE y hacer declaraciones trimestrales ante la AEAT, por medios telemáticos. ¿Tele qué?

Pero no nos cebemos solo con la burocracia, el “perrhortelanismo” está presente entre todos nosotros: mayores, jóvenes y de mediana edad, hombres y mujeres, de escasa y elevada formación y de cualquier profesión o carencia de empleo. Me temo que se basa en la envidia, muy activa también por estas tierras. Aparece a muy tierna edad: si observamos dos críos en la playa cabe que un cubito de plástico y una pala lleven medio enterrados en la arena desde que llegaron pero basta que uno se ponga a jugar con ellos para que el otro, máxime si es el dueño, le arrebate por medios poco diplomáticos lo que un minuto antes despreciaba. ¿Se da también entre animales? Dos perrillos pueden estar plácidamente tumbados en un rincón mientras su dueño lee, escribe o dormita pero si uno opta por auparse a su regazo el otro saltará encima como poseso. Parece pues que nos viene de fábrica. Es muy de lamentar porque si fuéramos capaces de superar esa miserable práctica todo iría mejor. Todo. Podríamos intentarlo.